Historias bajo el brazo



Jamás pensé alegrarme tanto al conocer a un ingeniero, más teniendo en cuenta que se trata de un ingeniero suicida, uno que ya no hace parte de este mundo, es decir, que ya logró su cometido. Vale decir entonces que nunca pensé alegrarme tanto al conocer a un ingeniero muerto.

Eduardo Halfon nació en Guatemala en 1971, país del que huyó a los diez años para asentarse en los Estados Unidos. Olvidó su lengua y su pasado —entendamos que el olvido muchas veces es más un acto de archivo que de eliminación de información—, estudió ingeniería industrial, trabajó en construcción —y aquí no debería hablar en pasado porque Halfon ciertamente aún construye; mucho más que antes, podría decirse— y en un periodo de «caída en vueltas en espiral», como él mismo se refiere a ese momento, decidió estudiar filosofía, pero para estudiar filosofía debía estudiar también letras, literatura. Por esos días, el ingeniero presentó los primeros síntomas de una grave enfermedad que se manifestaría más claramente poco tiempo después. A raíz de aquellos estudios, Halfon se sumergió en el mundo de la literatura de una manera tan feroz que puso al ingeniero en cuidados intensivos; el malestar no parecía afectar al Halfon lector y decidió viajar a París para, lejos de todos, en silencio, asesinar al Halfon ingeniero. El crimen no se pudo realizar, el ingeniero adquirió nuevas fuerzas —bien sabemos que son una especie un tanto testaruda— y trató él mismo de asesinar al Halfon lector con una rara gripe europea; no muy buen asesino era el Halfon ingeniero. En su convalecencia, el Halfon lector se animó a escribir un relato de veinticinco páginas que resultó terrible, o al menos eso fue lo que le dijo uno de sus tutores en Guatemala apenas regresó. Entonces, el tutor del Halfon lector le dio la clave, el secreto, sin saberlo, de cómo deshacerse del Halfon ingeniero una línea a la vez, como quien envenena el borde de las páginas de un libro para matar al lector; así, cada línea escrita por el Halfon lector iba envenenando al ingeniero, inyectando el deseo del inminente suicidio, aquél que habría de hacer surgir al Halfon escritor.

Por eso el suicidio es el tema central del primer libro publicado por Eduardo Halfon, Esto no es una pipa, Saturno. Dos novelas breves, la primera dedicada a un pintor guatemalteco que se suicida en París a principios del siglo XX y, la segunda, que nos muestra la carta de un hombre a su padre en donde le manifiesta su obsesión por los suicidios de escritores, suicidios en los que tuvo mucho que ver la presencia o ausencia del padre de cada uno de ellos. Y aquí el suicidio no es más que una cuartada del Halfon, ahora escritor, para encubrir el asesinato del ingeniero. Hay que matar al padre y devorar a los hijos

Esta entrada en el mundo de la literatura, y particularmente de la escritura, nos permite entender, no sin dejar de asombrarnos, la genialidad en las historias de Eduardo Halfon. Pasar 28 años de vida de espaldas a la literatura para luego lanzarse a ella de frente, como quien se lanza a un tren en movimiento y logra esquivarlo en el momento justo para convertirse en un pasajero. Eduardo Halfon inicia su escritura como un pasajero de toda la literatura y las historias posibles detrás de las vidas de cada escritor y sus inicios en la literatura. Así nace El ángel literario, su libro publicado en el 2003. 

Pero, ese viaje en lo literario como materia prima para la ficción, ya ha finalizado para Halfon. «La realidad se está convirtiendo en una aventura interesante», dijo en una entrevista Enrique Vila-Matas, escritor con muchas cosas en común con Halfon, escritor que el mismo Halfon ha convertido en personaje; así que, después del deslumbramiento con las historias posibles detrás de la literatura, viene, entonces, el alumbramiento por las historias tremendamente literarias que nos brinda la realidad. Es este el momento en que, convenientemente, Halfon puede recurrir a sus olvidos, esos recuerdos archivados, e indagar en ellos para contar una gran historia. El recuerdo de un número tatuado en el brazo de su abuelo, revive una vieja historia de supervivencia en un campo de concentración alemán que bien valía la pena contar y que Halfon reconstruye, adornada por varios relatos protagonizados por un Eduardo Halfon —que se parece mucho al Halfon escritor pero que no es él— que viaja y que indaga en varias historias que nos llevan a una sola, al relato del boxeador polaco.

El boxeador polaco es un libro de una sinceridad apabullante. Su relato central, el que da título al conjunto de seis narraciones y que nos revela esa historia del abuelo polaco sobreviviente del holocausto, nos confirma que algunas de las mejores historias que se han escrito tienen su origen en alguna fascinación de nuestra infancia, y es que la fascinación de un niño es la más sincera de todas —aunque a veces la del lector, por adulto que sea, se le acerque—. “El boxeador polaco” me ha hecho recordar dos lecturas de las cuales tenía incluso pendiente escribir algo: En tierras bajas y Cómo el soldado repara el gramófono dos libros con historias de infancia y particulares retratos de familia. El primero, escrito por Herta Müller es un libro de cuentos en el que a través de los ojos de una niña describe la dureza de una población rural rumana, como en la que creció la misma autora, y la inminente decepción que tiene todo niño al conocer las bajezas de los padres, al tiempo que se asombra ante la magia y el absurdo de los abuelos. El segundo libro es del joven escritor bosnio Saša Stanišić, que cuenta en su novela la historia de un niño que enfrenta la guerra entre bosnios y serbios en su natal Visegrado, movido siempre por la fascinación hacia su abuelo quien antes de morir le pide que nunca deje de contar historias.

Halfon parece contar con ese mismo legado, el de no dejar de contar historias a partir de la de su abuelo polaco; por eso algunos de sus libros posteriores salen justamente de las historias contadas en El boxeador polaco. Como verán, Halfon sigue construyendo como si el ingeniero no hubiese muerto, sigue robándole ideas para armar las estructuras de sus nuevas historias. Y es que la realidad es sin duda una aventura interesante siempre y cuando sepamos ver, desde el don del ingenio unido a la palabra, aquella historia que todos llevamos bajo el brazo.



Fotografías: Visita de Eduardo Halfon
Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo
19 de septiembre de 2013.

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