Dos Venezuelas: ¿un escenario posible?


Cumplido un año de la muerte de Hugo Chávez, presidente de Venezuela durante trece años, el rumbo del país latinoamericano es incierto. Por obvio que parezca asegurar esto, es la mayor certeza que se tiene hasta el momento del futuro político y social de los venezolanos: todo es incierto.

La realidad política venezolana de los pasados catorce años ha despertado dos maneras de ver el futuro del país. Bien sabemos cuáles son y más o menos en qué creen: el bando fiel a la revolución bolivariana y la oposición al gobierno, que, por cierto, por el hecho de llamárseles así desde apenas el primer año de mandato de Chávez, no quiere decir que sean los mismos, la oposición se ha transformado enormemente en los últimos años, más ahora con la ausencia de Chávez.

En este punto ambas posiciones viven un nuevo enfrentamiento y surge constantemente una palabra que llama la atención: legitimidad. Ambos alegan legitimidad de ideas, de propuestas y de condición política. Si somos realmente objetivos, Venezuela se encuentra en un momento en el que ambas corrientes han sembrado de tal manera sus ideas en cada grupo social que cada una posee convicciones totalmente legítimas (aún si dichas convicciones vienen de la ignorancia, la ingenuidad, la indiferencia o la mezquindad de algunos venezolanos, no se puede negar que creen profundamente o ciegamente en una idea de país, de sociedad y de estilo de vida). 

Dejemos a un lado por un momento factores como la corrupción y la manipulación de los poderes o de los medios de comunicación en este escenario que intento plantear. 

El Mariscal Tito, Josip Broz Tito, líder de la desaparecida Yugoslavia durante veintiséis años, falleció en 1980 y dejó huérfana a su nación. Así lo sintieron en su momento los millones de yugoslavos que se habían unido, a pesar de intrincadas diferencias étnicas, gracias a las ideas de Tito. Serbios y Bosnios creían en un fin común gracias al Mariscal, o tal vez lo toleraron gracias a él. Con su ausencia, toda idea de unidad o compromiso con una nación unida por un discurso también desapareció y el territorio yugoslavo empezaría, menos de diez años después, a desmembrarse poco a poco con guerras étnicas separatistas a raíz de una profunda crisis económica. Eslovenia fue el primer Estado en independizarse de la nación yugoslava, luego le siguieron Croacia, Macedonia, Bosnia y Herzegovina, y así otros más hasta dividirse en casi siete Estados independientes, entre comillas, y con políticas propias.

Venezuela cumple un año de tránsito político, económico y social sin la figura que sustentó todo el proyecto revolucionario y ahora se ha develado una crisis que invade cada aspecto de la vida de sus ciudadanos hasta el punto en que parece imposible cualquier marcha atrás. ¿Acaso llegará el día en que las diferencias ideológicas de los venezolanos los lleven a separar geográficamente a su país? ¿Será esa la salida justa para el conflicto político venezolano a estas alturas? Porque, reitero, en este momento Venezuela vive una doble legitimidad ideológica, la pugna por el poder que se vive actualmente solamente se llegaría a solucionar ante una clara imposición total de alguno de los dos bandos sobre el otro. Es decir, en el caso de una salida forzada del poder de Nicolás Maduro y un ascenso de cualquier figura ligeramente relacionada con la actual oposición venezolana, implicaría la imposición de una realidad para los que aún creen ciegamente en la Revolución, sea por las causas que sea. Igualmente, una férrea radicalización de la postura del gobierno y sus políticas revolucionarias silenciarían por completo al otro sector de la población. Si cualquier escenario se da, la sensación de injusticia quedará latente incluso si todo se da con las mejores intenciones y dentro de la legalidad. En el primer escenario, la reivindicación social con ambos sectores deberá ser supremamente igualitaria y justa para que no se llegue siquiera a percibir algún tipo de imposición; es cierto, la democracia implica una aceptación de la voluntad de una mayoría, pero en el caso de Venezuela las convicciones políticas son tan contrarias, tan distantes una de la otra, que parece imposible realizar una transición hacia un nuevo gobierno de una manera transparente y justa. Solo así cada grupo social y político podrá ejercer la total soberanía sobre sus ideas y sus proyectos de nación sin imponer nada a otro. Y aún me pregunto, ¿es posible algo así?

¿Es que las convicciones ideológicas de los venezolanos serán capaces de igualar las convicciones étnicas de los serbios y bosnios de la desaparecida Yugoslavia para separar su nación en dos y repartir todo un legado histórico al otro lado de una nueva frontera, como hicieron los coreanos, por ejemplo? ¿Acaso tendremos que ser testigos en los próximos años del nacimiento de dos nuevas naciones: una República Revolucionaria de Venezuela junto a una República Democrática de Nueva Venezuela? Se me pierde el pensamiento en estas drásticas posibilidades. Y es que en todo esto reposa una única y fundamental pregunta: ¿cómo es posible ser justos con el futuro de los venezolanos? A Yugoslavia le tomó menos de diez años afrontar esta realidad, Venezuela lleva un año e inciertamente, tristemente, se perciben aires de una incompatibilidad irreconciliable.


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