La lectura en la bolsa de valores


No conozco el verdadero valor de la lectura, pero es muy fácil calcular el que se le da a la escritura. La gente antes que leer quiere escribir y antes que escribir ya quiere publicar. Más allá de eso, hay quienes se empeñan en enseñar a escribir mucho más de lo que se empeñan en enseñar a leer. Se premia al que escribe, no al que lee. Se invita a hablar a quienes escriben, jamás se piensa en organizar una charla de grandes lectores. No conozco el valor de la lectura y, paradójicamente, trataré de hablar de su valor, escribiendo esto; falta ahora quien lo lea.

El reconocido profesor y escritor catalán Daniel Cassany estuvo en Bogotá hace pocos días. Pude ir a verlo al encuentro organizado en la Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo. Trabajé en esa biblioteca tres años y siempre vi con enormes expectativas esos momentos en que podías sentarte a hablar con un escritor y te imaginabas la sala con cincuenta, sesenta personas, extasiadas, sonrientes, felices de poder tener a ese autor de cuentos y novelas frente a ellos, a la mano, asequibles. Pero siempre salía decepcionado, siempre me sentía defraudado por los lectores bogotanos que me obligaban a charlar con un autor frente a diez, quince, a veces veinte o treinta personas, a veces cinco y a veces dos. Juro que no exagero, esos son los números que se me han grabado en la mente a fuerza de buscar una razón que explicara tal debacle, algo que me permitiera entender esos fracasos. Luego me acostumbré y entendí que para buena parte de la población lectora bogotana, llegar a esa biblioteca en particular para escuchar hora y media de charla de un autor, en algunos casos, escasamente conocido, era algo casi imposible. Por demás, siempre tendrían la opción de ver ese mismo autor en algún otro lugar mucho más cercano. Así que, con el pasar del tiempo y de charlas, me contentaba con esas diez o quince personas y sentía que mi trabajo estaba bien hecho porque esas pocas personas salían felices de allí.

Ahora que no trabajo en la biblioteca y que fui como un asistente más a aquella cita con Cassany el golpe fue directo a la nariz. Había una larga fila de personas a las puertas de la sala antes de iniciar, las sillas de la sala no dieron abasto, el lleno fue creo yo histórico para ese tipo de eventos en esa biblioteca. ¿Qué rayos había sucedido? Y peor aún, ¿qué podía haber hecho mal yo?

Pues nada. Nada de ello, ni el antes ni el después de Cassany tenía que ver con algo que yo hubiera hecho o dejado de hacer. La culpa de todo la tiene la popularidad de la escritura. Todos quieren escribir y, para lograrlo, todos quieren escuchar a un experto que les enseñe cómo deben escribir. Esa sala aquel día estaba llena de aspirantes a escritores, no de lectores.

De la misma manera, el mundo está lleno de libros. Centenares de miles de ediciones se publican cada semana sin que podamos tener siquiera una mínima noción de ello. A nosotros llega apenas una mínima fracción de la información global, las novedades en nuestra lengua, entre otros casos, pero en decenas de países se editan libros en lenguas que jamás conoceremos, universidades de todo el mundo publican trabajos de sus investigadores y estudiantes. En fin, hay más libros en la Tierra que estrellas en el cielo. Y no lo digo yo, lo dice un señor maravilloso que se llama Gabriel Zaid en un libro aún más maravilloso que se llama Los demasiados libros. En este poema de libro, el ensayista mexicano nos llena de verdades que golpean el ego de todo lector: las casas llenas de libros que jamás serán leídos, el fetiche social e intelectual detrás de la posesión de libros para “decorar”, nuestra íntima relación con Sócrates y su entronización del diálogo como gestor de conocimiento, cultura y verdad, diálogo que continuamos en cada lectura que hacemos de un libro, diálogo que se ha vuelto infinito y que no deja de sorprendernos.

Pero una de las ideas más impactantes del libro de Zaid es la referida a las “Constelaciones de libros”, el fenómeno que ha convertido la escritura y la publicación en el gran sucedáneo del éxito profesional en algunos campos. Para hacer méritos académicos como investigador te piden como requisito publicar, por ejemplo. Y ni hablar de los aspirantes a escritores de la gran novela, los aspirantes a bestseller del año (o del siglo si se puede), hombres y mujeres entregados a la vanidad del texto para ser reconocidos y que solo esperan la amable opinión de un lector que les diga que les encantó aquello que escribieron aunque resulta que apeste para la mayoría. Para este caso en particular Zaid hace una propuesta admirable: “Una solución de Welfare state sería crear un servicio nacional de geishas literarias, con maestría en letras y psicología autoral, que trabajara a tiempo completo en leer, escuchar, elogiar y consolar a todos los autores no leídos”. Tal vez así, y solo así, estos autores frustrados, al tener quien los lea y les diga la verdad de una manera amable y amorosa, se convenzan de abandonar la escritura de una vez por todas y así salvamos el firmamento de un inminente hacinamiento de estrellas.

Y no es la única solución que propone Zaid a este inmenso problema de desequilibrio entre la oferta y la demanda entre libros publicados y lectores en el mundo: “Otra solución sería el racionamiento. Un Plan Nacional Regulador de la Oferta y la Demanda pudiera establecer un sistema por el cual toda persona que pretenda ser leída tendrá que registrarse y demostrar lo que ha leído. Por cada mil poemas (cuentos, artículos, libros) leídos, tendría el derecho a publicar un poema (cuento, artículo, libro). La proporción iría ajustándose, hasta lograr el equilibrio”.

Sobra decir que hay mucha ironía en estas propuestas de Zaid, pero, ¿no haría de este un mejor lugar para los lectores? ¿No se reivindicaría el mundo de los libros con el mundo al que le debe su existencia, es decir, con el de los lectores? Es muy probable. Sin embargo, las ideas de Zaid, vistas en un plano global, de irónicas pasan a ser totalmente utópicas.

Entonces entiendo la falta de interés por ver un autor de novelas, cuentos, poemas o crónicas en una biblioteca. Es, en todo caso, el interés que te despierta ir a escuchar hablar a un total desconocido, precisamente porque pocos, muy pocos lo han leído, y a muy pocos les interesa leerlo en un futuro inmediato. Mientras que personalidades como el señor Cassany lleva a cuestas la cruz de la salvación para los “escritores” e “investigadores” y esa cruz convoca vivamente a las masas de docentes, estudiantes y demás entes de la mal llamada “academia” a nutrirse de los saberes que les permitirán, algún día, inmortalizarse en el papel.

Por eso es difícil medir el valor de la lectura, porque de un tiempo para acá no parece ser un elemento determinante en el crecimiento de la escala social. Escribir y publicar sí lo es y no siempre para lograr eso resulta necesario ser un gran lector. Es la dura verdad.

Yo espero seguir encontrando el valor de la lectura en pequeños detalles que el día a día me pone en evidencia: cuando un alumno que me dice que el libro que están leyendo en el Plan Lector le parece buenísimo; cuando gente con la que compartí espacios de conversación literaria en la biblioteca me escribe para darme las gracias porque en esas conversaciones se enamoraron de la literatura y ahora están estudiando Letras en Buenos Aires; o sencillamente cuando paseo a mi perro un domingo en la mañana y escucho a un grupo de hombres que se disponen a jugar un partidito de fútbol y de repente uno de ellos empieza a decir que vio una película buenísima la noche anterior, por lo que cuenta identifico fácilmente que se trata de El club de la pelea de David Fincher, la película basada en la novela y el autor de culto Chuck Palahniuk. Entonces pienso que el valor de la lectura es desconocido, pero no inexistente. Leemos y no lo sabemos, buscamos la lectura sin saberlo, queremos un héroe y un modelo en nuestras vidas y lo buscamos en otros lugares como el deporte, la política, los videojuegos o el porno. Pero muy en el fondo leemos y buscamos leer, solo que a muchos solo les han mostrado un par de alternativas.

Creo, por eso, que lo único que falta es tender más puentes entre lectores, que nuestras propias lecturas inviten a otros a leer, que aquellos que creen que no les gusta leer y que creen no leer, se den cuenta que siempre han buscado algo como la lectura y no han tenido quién se los muestre. Ese es, tal vez, uno de los muchos valores de la lectura, una búsqueda constante de interlocutores, una respuesta satisfactoria ante una necesidad de diálogo, una buena conversación.


Fotografía: GB. London. 
The London Economy. 
The London Metal Exchange.

Comentarios

  1. No sé qué tal leas, pero escribes bien.

    ResponderEliminar
  2. Es importante que aprendamos a diferenciar los bancos como el de Scotiabank Colpatria que es uno de los más conocidos y es importante para nosotros.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares