La identidad en “El proceso”


Se ve que alguien calumnió a Joseph K. porque una mañana,
de buenas a primeras y sin que él nada hubiera hecho, fueron a detenerlo.
El proceso, Franz Kafka.

Después de leer El proceso de Franz Kafka nadie quiere estar alguna vez en los zapatos de Joseph K.; pero son tantos los escritores que han soñado con estar alguna vez cerca de los zapatos de Kafka. El proceso, publicada póstumamente, como buena parte de la obra de Kafka, gracias a su amigo (afortunadamente falto de palabra) Max Brod, aún corroe la imaginación de quien la lee ante la aventura de un hombre con la peor de las suertes. ¿Es perseguido, calumniado, engañado, descubierto? Nadie puede asegurar mucho sobre K., y en esa gran brecha de posibilidades reside la mayor fuerza de atracción de esta novela.

¿Y si K. tuviera rostro? Si alguna vez pudiéramos ver su expresión de desconcierto —como bien lo podemos hacer en la adaptación de Orson Welles en 1962, con la actuación de Anthony Perkins—, si pudiéramos ser testigos otra vez de la expresión de incredulidad ante el absurdo, el inverosímil, caso que K. debe enfrentar al cumplir sus 30 años, ¿volveremos a apreciar esta historia de otra manera? La ilustradora francesa Chantal Montellier nos da una muy buena oportunidad de plantear estas preguntas en la adaptación que hace de la novela en el 2008, con el guión de David Zane Mairowitz.

El proceso convertido en una novela gráfica cobra sentidos estéticos, conceptuales y de ambientación de gran relevancia en la historia que no siempre captamos como lectores de la novela: el rostro de las mujeres que atraen a K., los rostros de quienes viven en la miseria de los suburbios en donde se encuentran los “juzgados” adquieren mucha fuerza en el trabajo de Montellier a partir del blanco y negro en alto contraste; conceptos que aquejan la realidad a la que se ve expuesto K. como el paso del tiempo y la inminencia de la muerte empiezan a aparecer de forma sugerente a lo largo de la historia enmarcando las viñetas con relojes que se multiplican y se superponen o con pequeños esqueletos que reptan de una viñeta a otra, como queriendo escapar de la historia espiándola toda al mismo tiempo; la arquitectura de Praga, las velas, los carruajes, entre otros elementos que Montellier ilustra con esmerado detalle, hacen que el ambiente en el que imaginamos que se desarrolla la novela de Kafka cobre vida.

Pero la cereza en el tope de esta magnífica adaptación es justamente la identidad de K.

El autor de la novela, Franz Kafka, inseguro de su propia obra, aplastado por la cruz de sus tradiciones familiares y religiosas, incapaz de decidir entre un compromiso amoroso y su oficio de escritor, obligado a mantener un trabajo normal en una oficina de seguros, ese Kafka es sin duda quien se esconde tras el señor K. en El proceso, y Chantal Montellier se da la licencia de hacer justicia con ambos: con K. y con Kafka dándole al personaje el rostro de su propio creador.

Pero hay más, por encima de estas grandes cualidades y logros en una novela gráfica adaptada, están el inmenso placer de volver a recorrer las calles miserables hacia los juzgados, horrorizarse con el castigo secreto en el cuarto de limpieza de la oficina del banco, el ardor de los deseos reprimidos de K. y la retumbante parábola de lo que significa estar ante la ley, un simple artilugio de la interpretación de los hechos.


Imagen tomada de Guioteca

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