Mi lenguaje es una extensión de quien soy



Entrevista a Eduardo Halfon, finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2016.

El pasado 7 de octubre en Bogotá se anunció que el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, creado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia en homenaje a la memoria del nobel colombiano, ya tenía sus cinco finalistas.

El jurado conformado por el escritor y periodista colombiano, Héctor Abad Faciolince; el escritor argentino-canadiense y actual director de la Biblioteca Nacional de Argentina, Alberto Manguel; la escritora argentina, Hebe Uhart; el periodista español Javier Rodríguez Marcos y la escritora chilena Carla Guelfenbein, seleccionó, entre 161 escritores participantes, a Gonzalo Calcedo, de España con su libro Las Inglesas;  a Tomás Downey, de Argentina con su libro Acá el tiempo es otra cosa;  a Eduardo Halfon, de Guatemala, con su libro Signor Hoffman; a Samanta Schweblin, de Argentina con Siete casas vacías y a Luis Noriega, de Colombia quien con su libro Razones para desconfiar de sus vecinos, además de ser el primer finalista colombiano en las tres ediciones del premio, el pasado 2 de noviembre se convirtió en el primer escritor colombiano en ser el ganador del certamen, haciéndolo acreedor de cien mil dólares.

El día anterior al anuncio del ganador obtuve esta amable entrevista con el finalista guatemalteco, Eduardo Halfon. El único escritor, de los cinco finalistas, que se mantiene fiel al género del cuento. Todos sus libros están conformados por relatos que, si bien se han editado también en otras lenguas como novelas, mantienen una relación siempre presente con la historia del abuelo de Halfon, un judío sobreviviente de Auschwitz, un hombre a quien las palabras de un boxeador polaco le salvaron la vida.

Halfon es uno de esos casos inusuales en la literatura. Publicó su primer libro con más de 30 años de edad, estudió ingeniería y asegura que es un escritor que se vio obligado a matar al ingeniero a través de la lectura, aunque a veces ese ingeniero surja cuando necesita acomodar la estructura de uno de sus cuentos. Desde esa primera publicación su éxito es indiscutible, ha publicado doce libros de ficción. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, francés, italiano, serbio, portugués, holandés, japonés y próximamente al croata. En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. En 2011 recibió la beca Guggenheim y en 2015 le fue otorgado en Francia el prestigioso Premio Roger Caillois de Literatura Latinoamericana.

Ahora, su libro Signor Hoffman, editado por Libros del Asteroide, es uno de los cinco finalistas de la tercera edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.


Pregunta. ¿Cuáles son tus primeras impresiones por esta nominación al premio?

Respuesta. Las primeras impresiones fueron casi inmediatas y varían: primero es sorpresa. Siempre te sorprende porque es mucha suerte, un azar, hay mucha subjetividad en cómo escoges este libro o estos cinco libros por encima de otros ciento sesenta; entonces es suerte y se agradece y demás pero sabes que, en el fondo, más que mérito es suerte.

Luego ves que el ganador va a recibir un platal ilógico, ese monto no lo ve un cuentista jamás en su vida, es ilógico.

—Casi macondiano.

—Sí, exacto. Pero inmediatamente después de eso te enteras —porque yo no sabía esto— de que van a comprar mil cuatrocientos ejemplares de tu libro para todas las bibliotecas públicas de Colombia. Entonces empiezas a caer en cuenta de que: el ganador va a recibir plata y se la va a gastar (risas), como hacemos todos, esa plata es efímera y se va, se irá; pero esos mil cuatrocientos ejemplares van a quedar. Fíjate lo que estoy diciendo, hoy apenas se consigue mi libro en Colombia y de pronto, no sé cuándo, pero pronto, todo colombiano, en un pueblo, en la montaña, en el Amazonas…, todo colombiano va a tener acceso a leerme… para siempre, ese libro va a quedar ahí en un anaquel de toda biblioteca pública en Colombia y eso es inmortalidad, eso es quedar; o sea, yo de pronto voy a tener cincuenta millones de lectores colombianos en potencia, lectores que ya no me pueden decir «su libro no está», o «¿cómo lo leo?». Ese es el premio, ¡ya ganamos! El premio no es el dinero, el dinero lo recibe el hombre, el ser humano que tiene deudas, hijos, etcétera; pero el escritor lo que quiere es lectores, lo que necesitamos son lectores, lo que queremos es que nuestro libro llegue. Pues ya llegó; ya está, ya gané.


P. Hablemos un poco del género, este es un premio exclusivamente para cuentistas hispanoamericanos, ¿cómo te sientes frente a eso, teniendo en cuenta que básicamente tu obra se centra en este género?

R. Bueno, yo soy un cuentista que luego disfrazo mis libros de novelas, de cuentos hilvanados, de cuentos relacionados entre sí, pero en últimas son cuentos. Me siento muy cómodo en la distancia corta, en el aliento breve, tengo la gran suerte de que el género que más me gusta leer también es el género que mejor se me da como escritor. Porque pudiese ser que no, que se me diera más la novela o la poesía o qué se yo, pero se me da el cuento y es lo que más leo.

El cuento ha sido relegado, como latinoamericanos venimos de una tradición cuentista tremenda. Todos nuestros grandes escritores han sido cuentistas, Gabo, Rulfo, Borges, Cortázar, Ribeyro, etcétera. Gabo lo era un poco renegadamente, no se consideraba un cuentista, decía que era su laboratorio para luego escribir su obra importante, eran como sus bocetos; pero sus primeros cuentos son maravillosos, era un gran cuentista. Y, de pronto, en algún momento dado, creo que por razones más comerciales que cualquier otra cosa el cuento se va quedando atrás, se le va juntando con la poesía, porque cuesta publicar y cuesta vender. Entonces, un esfuerzo como este premio es arrojar luz sobre un género un poco olvidado. Y no es que sea malo que esté olvidado, porque si quieres escribir cuentos y publicar y vender tienes más libertad, no tienes a un editor detrás diciéndote qué hacer, no tienes un mercado diciéndote qué hacer, porque el cuentista no tiene fórmula y por eso lo dejan trabajar más o menos en paz. Ese es el lado bueno, el lado malo es que cuesta.


P. ¿Cómo definirías Signor Hoffman, el libro que te tiene como finalista en este Premio?

R. Me cuesta mucho responder esa pregunta porque es resumir algo que no se puede resumir. Va por varios lados: empiezo diciendo siempre que son seis cuentos —o seis relatos o seis episodios— en la vida de un narrador, es un narrador que tiene mi nombre y que va por ahí buscando algo, yo no sé qué está buscando, él no sabe qué está buscando. Va por el mundo, se desplaza y va a Nueva York, a Guatemala, a Polonia, a Italia, buscando algo; no sé qué, pero se intuye en el libro que anda tras algo este señor en esos episodios y luego llega a temas muy grandes como la identidad, como el nombre, como los orígenes o como el hecho de escribir. El final del libro cierra con una reflexión sobre la importancia de dejar nuestra historia, pero no hay una intencionalidad de llegar a esos temas grandes, la única intención es contar una historia muy mía, muy personal, muy íntima, que luego, si hago bien mi trabajo, se vuelve muy tuya, esa es la chispa, la magia de la literatura, que algo muy particular se puede volver muy universal.


P. ¿Cuál es la fórmula en ese caso? ¿Cómo se pasa de lo personal, de lo íntimo, a lo universal?

R. No tengo idea. Llevo doce años en esto y no sé la respuesta. No sé cómo o por qué un lector japonés se identifica tanto con una historia sobre un boxeador polaco en Auschwitz; no sé qué pasa. Algo pasa, pero nadie sabe. Ningún escritor sabe nada, estamos como a tientas en esto y vamos medio tropezándonos y encontramos algo y luego lo soltamos y encontramos otra cosa, pero nadie sabe. Lo que vuelve el ejercicio del taller, de la enseñanza literaria, algo muy complicado porque ¿qué estás enseñando realmente? Puedes enseñar qué no hacer, cómo escribir una oración sólida, cómo crear un personaje sólido; pero ese último paso, ese brinco de algo muy bien escrito a algo universal, a algo mágico, nadie lo sabe. Y está bien que así sea; es literatura esto, es arte, no debemos tratar de encapsularlo en una fórmula, porque no se puede.


P. En uno de los cuentos de Signor Hoffman titulado «Sobrevivir los domingos» hay un claro aire de crónica.

—Yo creería que todos llevan un aire de crónica.

—¿Cuál es entonces para ti la frontera entre el cuento y la crónica?

R. No la hay. Y tampoco la hay entre el cuento y la novela. Este libro, Signor Hoffman, salió en Alemania este mes como novela, y lo dice la portada: roman. Yo borro todas estas fronteras, yo no tengo nociones de qué es una crónica per se y qué es un cuento y qué es una novela; yo mezclo como se me dé. Signor Hoffman se puede leer como crónicas, el cuento de los cafetaleros en Guatemala, «Han vuelto las aves», fue comisionado como una crónica, específicamente, y yo lo escribí como un cuento; ellos creen que es una crónica, me pagaron como una crónica, pero yo lo escribí como cuentista y para mí es un cuento. Entonces, sí, yo creo que los seis cuentos se pueden leer como crónicas, o se pueden leer como cuentos, o se pueden leer como novela, como tú quieras; que cada lector haga lo que quiera con el libro, incluyendo lanzarlo al aire y que se despedace.

—Justamente, en una charla previa, se le preguntaba a dos de los jurados, Hector Abad Faciolince  y Alberto Manguel, sobre la naturaleza real del cuento, qué es el cuento finalmente; Manguel dijo que «tal vez cuando decimos cuento queremos decir el corazón de una escena que no se puede extender». Pero llegaban a la conclusión de que en el cuento no hay nada cierto y queda la impresión de que eso también lo transmiten los cinco finalistas al premio.

—Yo creo que los cinco finalistas somos muy diferentes. Lo que he leído de ellos es muy diferente de lo que yo hago y creo que eso es bueno, que no haya una homogeneidad. ¿Qué define un cuento? Nadie sabe, te puedo citar teorías de diferentes expertos y no es la extensión porque yo tengo cuentos de cien páginas y tengo cuentos de media página. Más que eso creo que es la intensidad, el cuento es mucho más intenso, es una bofetada. Un cuento debe abofetear, debe golpear algún nivel emocional, recrear una emoción en el lector, es un viaje y al mismo tiempo es una imagen emocional, que es estática.


P. ¿Cuál es tu relación con las palabras, con el lenguaje?

R. Es complicado. Yo vivo entre dos lenguas, vivo a caballo entre el inglés y el español. Ahora llevo seis años de vuelta en Estados Unidos, el país en el que crecí, entonces mi inglés es más fuerte que mi español; yo prefiero hablar en inglés, prefiero leer en inglés, cuando son traducciones de un autor francés o un alemán busco el inglés antes que el español. Pero sólo escribo en español, entonces mi relación con el español es muy complicada porque está el inglés siempre de por medio.

Yo creo que lo que ha pasado en estos últimos doce o trece años que llevo escribiendo es que he ido cultivando mi propio español, no el español correcto, no el español literario sino mi relación con el idioma. Yo creo que eso es lo que cada escritor aspira a lograr: crear una manera de expresarte que sea la tuya. ¿Que mi escritura está influenciada por el inglés?, sí; puedo evitarlo y no quiero evitarlo, uso mucho el adverbio, por ejemplo, hay muchas cosas del inglés que yo adopto. Así también hay muchas cosas del sentir judío que adopto, del humor judío, y eso soy yo. Mi lenguaje es una expresión de mí mismo, una extensión de quien soy; y está bien que así sea.

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