Desde qué orilla vemos


Ahora que ha pasado un tiempo prudente podemos hablar de esta película despojados de apasionamientos, porque dicen que no hay nada como mirar las cosas desde la distancia para verlas mejor, en plenitud supongo, pero sobre todo con algo de justicia. Hablemos entonces de Green Book (2018), la que se llevó el Óscar a mejor película cuando precisamente nadie apostaba mucho por ella. La sorpresa no fue gratuita, la película toca demasiados elementos, tanto sociales como cinematográficos, que la minan de juicios y de puntos débiles. Pero, ahora que estamos lejos, podemos ver qué es lo que hay realmente en esta película que la pudo hacer merecedora del mayor premio anual de cine y por qué hay cosas en ella que, sencillamente, no convencen.

Cinematográficamente, hay varios elementos de esta película que no soportan una crítica rigurosa, pues en ese sentido es muy poco desafiante, su mayor riesgo o propuesta fue no presentar créditos de apertura ni título, recurso sugerido por el actor Viggo Mortensen, quien interpreta el rol principal como Tony Lip (Frank Anthony Vallelonga), es decir, ni siquiera el elemento más relativamente novedoso fue idea del director Peter Farrelly, el mismo que se hizo famoso en los 90 por codirigir con su hermano comedias como Dumb and Dumber (1994) y There’s Something About Mary (1998), y que aquí da un giro absoluto en cuanto al tipo de películas que solía hacer. En cambio, sí es posible encontrar rastros de ese humor en varios pasajes de Green Book, la escena de la cubeta de pollo en el carro o la complicidad en la escritura de las cartas, recurso que estira el guion hasta llevarlo a ser mismísimo cierre del filme, pueden ser los ejemplos más claros. Sin embargo, lo evidente es que la película es radicalmente convencional en cuanto a propuestas cinematográficas si se le compara con varias de sus contrincantes en los Óscar como BlacKkKlansman, The Favourite y Roma (todas del 2018), pues cualquiera de las tres hizo muchos más méritos que la película de Farrelly en ese sentido.

Green Book apostó por algo mucho más seguro, una historia amena, por ratos graciosa y entretenida, con la expresa invitación a cuestionarse sobre un tema social que siempre está sobre la mesa en Estados Unidos: el racismo. Esa ficha es sin duda la que le dio la entrada a la nominación y a obtener el galardón, eso y la gran actuación de Mahershala Ali (Don Shirley). Porque está claro que la Academia busca jugar sus cartas poniendo el foco sobre esas películas que le permite decir que está avalando ciertos discursos o ciertas prerrogativas tanto de la sociedad como de la misma industria; y es evidente que en Estados Unidos el tema racial está más vivo que nunca, no por nada tres de las seis nominadas proponían perspectivas diferentes sobre la realidad social y racial de los negros.

Sin embargo, no hace falta esforzarse mucho para darse cuenta de que el tratamiento del tema racial en Green Book es bastante mediocre, por decir lo menos, y sorprende entonces que la Academia apostara por esta propuesta cuando hace apenas dos ediciones fue Moonlight (2016) la galardonada, una película con un argumento y una experiencia narrativa muchísimo más poderosos. Moonlight en su momento codificó, casi como un poema, las imágenes internas y externas de lo que significa ser negro y homosexual en esta época en Estados Unidos, Green Book en cambio cae en un recurso muy visto ya en las películas con argumentos raciales y es el hecho de contar historias del pasado, bien sea de los años de la esclavitud o de los años que rondan la lucha por los derechos civiles, lo que terminan transmitiendo es un mensaje de seguridad para que los espectadores no se sientan tan señalados, para que los blancos que van al cine puedan decir que las cosas han mejorado. Y no, no es así. Spike Lee con BlacKkKlansman se atrevió a romper con esa pantalla de seguridad mostrando justamente que una historia de hace 40 años está pasando todos los días en su país, en sus calles.

Green Book no pudo llegar a eso, lo máximo que logró fue mostrar que tiene el corazón muy blanco, que el mensaje que quiere que prevalezca es el de una hermandad racial, que se parece mucho más a la hipocresía que a la diplomacia, es más el miedo a ser señalado racista que el valor que se le da a la aceptación y el respeto por la diferencia del otro. Porque el recurso narrativamente emotivo de Peter Farrelly y del guionista Nick Vallelonga (sí, el hijo real de Tony Lip), ese que debió tocar las fibras de la mayoría de los que vieron la película, se conforma con hacer una reedición del clásico de Frank Capra It’s a Wonderful Life (1946), esa idea del estadounidense desconocedor de la realidad de los otros en su propio país, que vuelve en medio de la nieve en Noche Buena al hogar para abrazar a su familia, arrepentido por su ignorancia, es un final calcado en ambas películas con 72 años de diferencia (tranquilos, a mí también me acaba de aterrar la cifra).

No puede ser que como están las cosas en el mundo y con la cantidad de películas ingeniosas, técnicamente exigentes, artísticamente poderosas, termine ganando otra vez un refrito del típico drama navideño estadounidense. Es casi insultante. Pero ya vemos que la Academia tiene sus accesos de nostalgia cinéfila cada cierto tiempo.

Todavía así, no todo está en ese mismo nivel de desastre en la película de Farrelly; hay elementos rescatables. Por supuesto la actuación de Mahershala Ali es impresionante porque está llena de verosimilitud, y si juzgamos muy objetivamente a Viggo Mortensen, su papel también es destacable; yo a Viggo lo respeto mucho y siento que le pone mucha alma a su actuación y eso en esta película se nota, es tal vez lo que hace que muchos espectadores se conecten de tal manera con la historia, al punto de pasar por alto todos los desaciertos que ya mencioné arriba. Y el guion también tiene momentos de altura, especialmente aquella escena en la carretera bajo la lluvia, se nota que cada palabra allí fue puesta con mucho cuidado y el efecto en el espectador es inevitable.

No cabe duda de que el tema racial es importante para todos en estos tiempos que corren, y tratar de limar asperezas con historias como esta puede que algunos lo vean incluso como algo justificable. Pero la verdad es que por estar tan preocupados por esos elementos casi todos pasaron por alto el hecho de que esta película cuenta una pequeña fracción en la historia de la vida de una persona excepcional; hablo del pianista Don Shirley, un nombre para muchos —me incluyo— completamente desconocido hasta el día que apareció Green Book.

Es una lástima que perdamos el foco tan fácilmente, que insistamos en pararnos en una orilla desde el mismo instante en que alguien se paró en la opuesta, y pasemos por alto lo que de muy mala manera nos entrega esta película, porque ni siquiera la familia de Don Shirley aprueba la cinta pues les parece que no es otra cosa que un homenaje a Tony Lip; y claro, era el padre del guionista. También es cierto que los Vallelonga pudieron ser más generosos con los Shirley y darle un lugar de grandeza mayor al pianista, un verdadero fenómeno de su época, como tantos otros; basta mencionar a Nina Simone y a Nat King Cole para hacernos a una idea, virtuosos de la música que por su color de piel fueron relegados a tocar música popular a pesar de que, en el caso de Nina y de Shirley en particular, su formación musical fue exclusivamente clásica. Pero Chopin estaba prohibido para ellos. Fue la sociedad y la industria de la época la que les cerró ese camino porque nadie aceptaría un o una concertista de piano clásico que fueran negros.

Ahora podemos escuchar al gran Don Shirley, YouTube nos da esa fortuna, y apreciar la maestría de este hombre cuya historia, para el cine de nuestra época, solo valió la pena ser contada porque alguna vez, en una gira prohibida hacia los estados del sur, fue acompañado y salvado por su chófer blanco.

Y bueno, en realidad nada de esto es culpa más que de la propia película, pues es completamente comprensible que la conversación y la crítica general se estanque en el hecho de que un italoamericano, tan racista que es capaz de tirar dos vasos a la basura por el simple hecho de que allí bebieron negros, sea capaz de introducir a un virtuosísimo pianista negro en el mundo de la comida y de la música de esos negros que supuestamente despreciaba tanto.


Fotografía: Portada del disco Don Shirley, 1959.

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