Olímpicos: La congregación de lo posible


Seguramente alguien escribe algo similar cada cuatro años en algún lugar del mundo, seguramente somos diez o cien quienes lo hacemos. No importa. Hay cosas que son difíciles de ignorar. Los Juegos Olímpicos son el mejor testimonio vivo que tenemos de la naturaleza humana y deberíamos verlos más como una comunión, una congregación de cuerpos, que como una competencia.

Somos un conjunto de ambiciones y de esperanzas diseñadas no sabemos debido a qué fuerza superior que nos invita a probar nuestros límites. ¿Correr? ¿Pero qué tal si lo hacemos así? ¿Saltar? Probemos con esta garrocha. ¿Y si lo hacemos al tiempo a ver quién llega primero? ¿Y si salto y giro en el aire antes de caer? No importa si muero en el intento, ya hice algo magnífico.

Cuando nos retamos de esa manera, hace siglos de siglos en unas islas donde mujeres y hombres no parecían conformarse con la cotidianidad de sus mentes y sus cuerpos, creamos el Olimpo, más allá de esa montaña, y con ello esta ceremonia que nos estremece, que nos mueve todo por dentro porque vemos cómo la vida se manifiesta y nos recuerda de qué somos capaces cuando nos ponemos un propósito común: probar.

Y sí, hoy son un negocio, una deuda para las ciudades que los convoca, otra expresa manifestación de la desigualdad en que vivimos, una oportunidad para que gobiernos y gobernantes se laven las manos con los triunfos y sacrificios de otrxs. Lo es, lo sé, y uno quisiera condenarlo del todo para siempre solo por eso. Pero cómo, cuando siguen yendo más allá del asombro. Hasta en las equivocaciones y las mezquindades nos muestran esa otra vida posible que todxs llevamos por dentro. Los Olímpicos son otra cosa y saben sacudirse bien de esa estafa mediática y política con la que deben convivir.

No sé si romantizo demasiado esto. Pero esos cuerpos bajo tantas banderas, poniendo a prueba sus límites, donde el simple hecho de estar es una ganancia porque ganar es un acto verdaderamente extraordinario cuando recuerdas que otrxs cientxs quedaron atrás, que otrxs miles ni siquiera pudieron estar allí.

Y es fascinante porque todxs son tan distintxs, vienen de lugares tan alejados. Pero bajo unas reglas y un propósito común se vuelven reconocibles entre sí, aunque no se entiendan el saludo, aunque hayan estado en guerra, aunque las historias de sus banderas les hayan dicho que son distintxs, allí son verdaderxs semejantes. Son una réplica exacta y muchas veces mejorada de esas mentes y cuerpos puestos a prueba en unas islas del Mediterráneo, donde las costas de la playa se hicieron insuficientes, donde los montes abarcaron menos que la vista, y hubo que buscar una manera de conquistar el mundo exhibiendo lo que somos capaces de soportar para alcanzar un poco de gloria.


Fotografía: Atenas, por Frans Van Heerden

Comentarios

Entradas populares