Hacerse el loco: mal de muchos, gloria de pocos


«Cuando estoy entre locos me hago el loco»
Diógenes el Cínico

Don Quijote nos ha dejado muchas cosas que aprender. La primera —y tal vez la más importante— es que para escribir grandes historias es necesario saber mentir muy bien. Nos ha dejado el camino hecho para escribir la novela moderna, la estructura triunfal para todo personaje de ficción. Nos mostró que la locura es un mal que todos sufren y que a algunos les es necesario pasar por ese camino para encontrar la cordura. Pero, más que todo, esto nos enseñó algo que no parece haber quedado claro: los verdaderos culpables de la locura de los hombres de este mundo son aquellos que insisten en hacerse los locos frente a los actos de locura que presencian.

Don Quijote más que un loco fue un hombre ingenuo, inocente como un niño y, por supuesto, soñador. Sufrió del mal de verse como un león frente al espejo siendo apenas un gato desnutrido. Don Quijote se impulsó a sí mismo para demostrar que era quien nadie le pidió ser, que hacía lo que nadie le había pedido que hiciera y que decía lo que nadie le había pedido que dijera. Y el problema es precisamente ese: que nadie le dijera, que nadie le pidiera, que todos se hicieran los locos. En más de una ocasión Don Quijote se topa en sus imaginadas aventuras caballerescas con gente que al cabo de un rato lo reconoce como un chiflado, sin embargo nadie se lo dice, le siguen el juego; «es que a los locos hay que seguirles la cuerda», ¿de dónde la gente sacó eso, ah? El caso es que así lo hicieron con nuestro Caballero de la triste figura, sin darse cuenta le alimentaron la locura, ya fuera quemando sus libros, dándole pedradas, robándole su armadura, poniéndolo en ridículo, moliéndolo a palos; eso, bien sabemos, no era suficiente, el loco Don Quijote vio lo que le dio la gana ver y todo era hechicería, todo eran trucos de sus malvados enemigos. Y bueno, agradecidos debemos estar que no lo hayan hecho caer en cuenta de su locura, porque así obtuvimos una de las más fascinantes historias y uno de los personajes más queridos de la literatura universal. Pero, ¿no es acaso la conducta que vemos en esta novela algo que se ha venido repitiendo hasta nuestros días, minando la escena pop mundial de Quijotes que se bambolean, chillan y, aun así, venden; de fieros creyentes de lo que hacen, aguerridos defensores de su arte e irracionales justificadores de talento, cuando a sus espaldas más de medio mundo se burla de sus desaciertos —por no decir—, «de su evidente locura»?

Andy Warhol, que aquí toma figura de profeta, lo dijo —pero seguramente no tenía idea de lo que realmente significaría—: «En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a 15 minutos de gloria». Luego pasó la década de los 70, 80, 90, llegó el nuevo milenio, se esfumó la primera década y al parecer todo el mundo creció con esa bendita frase del señor Andrew entre ceja y ceja.

Hoy miles exponen sus vidas, gustos, intereses, carreras, trayectorias en un medio que resulta imposible regular, así que fácilmente podemos tener frente a nosotros miles de falsas vidas, falsos gustos, falsos intereses, falsas carreras y falsas trayectorias. Antes de que Internet fuera una herramienta masiva tenías que hacer algo verdaderamente relevante para salir a la luz pública, hoy sólo necesitas un correo electrónico y el deseo de publicar, en cualquiera de las miles de páginas que existen, cualquier cosa que hagas. Youtube.com es la ventana para exponer al mundo estos perfiles de búsqueda de reconocimiento con cualquier tipo de material, ya sea una mala sátira, una caída, una pelea o un éxito bailable hecho en el patio trasero de una casa ajena.

Las celebridades de Youtube no tienen nada que envidiarle a nuestro famoso hidalgo y al mismo tiempo deben envidiarle todo —hasta me estoy arrepintiendo de haber hecho tal comparación—, porque a fin de cuentas todos han salido a mostrar algo que nadie les pidió que mostraran y para colmo lo hacen de tal manera que se convierten en un puñado de hazmerreír que nos ofrecen horas ilimitadas y gratuitas de entretenimiento. No hay crimen, no hay nada que sancionar o censurar, ellos lo publicaron y son víctimas de su propio invento; el problema es cuando estos Quijotes 2.0 malinterpretan el exceso de atención. Casi todos estos autoproclamados artistas se regodean, se les llena la boca diciendo que han tenido miles de millones de visitas en Youtube, creyendo que esa es la prueba máxima de su éxito. Nosotros, del otro lado –siempre del otro lado– nos regodeamos viendo una y otra vez el video que sencillamente nos parte de la risa. Insisto, no hay crimen. ¿Dónde está el problema de todo esto, entonces?

La sociedad llega a un punto de seguimiento de las masas en el que se desconoce a sí mismo y a los demás. En pocas palabras, todos nos hacemos los locos. «¿Que La Tigresa del Oriente es una señora desubicada, sin talento alguno para surgir como artista? Ah, pero déjenla en paz, que a ella le gusta lo que hace, y es para cagarse de la risa verla, déjenla». Somos cómplices absolutos de toda la mediocridad y la payasada que contiene el abuso de los medios sobre la figura de la señora Judith Bustos, vergüenza enmascarada de orgullo nacional peruano por unos cuantos promotores aprovechados.  «Ah, que viene a Maracaibo, y fue para Barranquilla y es un éxito en Argentina y México» Fue un éxito, sin duda, todos tuvieron oportunidad de reírsele en la cara. Dejémonos de hacernos los locos para que otros no sigan con sus locuras y hagan justicia a su condición y empiecen a vivir dignamente. Sin embargo, me pregunto: ¿qué vida habría tenido el señor Quijana en aquel lugar de la Mancha si tanta gente no le hubiese seguido la cuerda?

Seguimos tendencias a corriente suelta sin preguntarnos para dónde se dirige y de seguro que va hacia el despeñadero más cercano. Así es en todo: música, arte, literatura. El polémico artista inglés, Banksy, nos lo demuestra en su documental —o al menos así lo han catalogado— Exit through the gift shop (2010) que esta noche está nominado en la categoría a mejor documental del año en otra entrega de los premios de la Academia. No les contaré de qué trata la película –la considero más una película que un documental; es más, está tan llena de ficción como el mismísimo Quijote–, pero sí les diré que es la prueba máxima de que vivimos un mal de masas que alimenta al que dice tener la razón, al que dice estar a la vanguardia, sólo porque tres pendejos dijeron que así era. Pues esos tres pendejos se están burlando de todos nosotros. Y los tres pendejos muchas veces tienen nombre, en Exit through the gift shop  se llaman Banksy, Shepard Fairey y Thierry Guetta; en la Tigresa, y todas esas mal-llamadas celebridades de Youtube, se llaman Warner Music.

Y no me malinterpreten, Banksy es todo menos un tonto, es un genio al filmar esa película. Le está haciendo a la Academia, y a todos, como hizo en su momento Dada: pintar los cuadros con excremento y que aun así llegaran muchos a alabar sus obras. Aunque no lo crean la misma Tigresa, ahí donde la ven, está haciendo lo mismo —aunque nunca haya estado en sus planes hacerlo de esa manera—.

Dejen de hacerse los locos, dejen de aplaudir tanto que cuando menos esperen van a tener muy mal olor entre las manos.

Fotografía: I'm crazy, so what? by Tywak

Comentarios

  1. Me parece interesante tu opinión, y me hace reflexionar en esa "frescura" de nosotros, o "irresposabilidad" de permitir tantas loculas, en medida del efecto que tenga en nosotros mismo. Porque eso sí, esa aceptación de la locura se basa en la distacia en la que estemos de ella, desde justificar nuestras propias locuras, hasta criticar, o "dejar ser" ( pero lejos) a otros en su locura.

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  2. "¿qué vida habría tenido el señor Quijana en aquel lugar de la Mancha si tanta gente no le hubiese seguido la cuerda?"

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