El cumplimiento de una maravillosa amenaza *


Ni mi madre ni yo, por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de solo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo.
Vivir para contarla. Gabriel García Márquez.

Quien busque razones o explicaciones que le permitan entender la magia de los sucesos narrados en las novelas y cuentos de Gabriel García Márquez solamente necesita acercarse a sus memorias. En 1982, al enterarse el mundo de que Gabo había recibido el premio Nobel de Literatura, Televisión Española lo entrevistó en México y habló sobre lo que significaba aquel premio para él y sobre sus futuros proyectos literarios. En una de las respuestas dice que tiene en mente la escritura de sus memorias para demostrar allí que todo lo que él cuenta en sus novelas, esos hechos fantásticos que han servido de excusa para adjudicarle la marquesina del realismo mágico a toda su obra, que cada una de esas historias parten de un hecho real vivido por él en algún momento de su vida. Para el momento en el que se concede la entrevista aquella idea parece una amenaza propia de uno más de sus libros, una amenaza perteneciente al mundo de lo irreal y de lo imposible.

Treinta y dos años después de ese momento, de esa amenaza, Gabriel García Márquez ha fallecido dejándonos a los colombianos —pero también a los latinoamericanos o, en fin, a cualquier ciudadano del mundo—, primero, el orgullo de ser parte de un fenómeno literario y, segundo, una extensa obra de la que difícilmente nos cansaremos de revisar y releer. Entre esa obra se encuentra la primera parte del proyecto que mencionaba en la entrevista de 1982, sus memorias tituladas Vivir para contarla. Cumplió su amenaza escribiendo aquellas páginas que recorren buena parte de su vida —la que recuerda para poder contarla y por fin estar seguro de haberla vivido—, pero, como siempre, nosotros al leerlas nos fascinamos encontrándonos con lo que pareciera ser el conjunto de sus novelas recontadas con los nombres de los personajes y los escenarios trastocados.

«Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa», con esta línea inicia García Márquez el testimonio de un momento crucial en su vida de escritor, el momento en que se reencuentra con aquella casa en Aracataca (no podía ser otra) y entiende que ese es el escenario perfecto para recrear las historias fantásticas de su familia: su abuelo el Coronel Nicolás Márquez, su abuela Tranquilina Iguarán, la llegada a Aracataca por un viaje para olvidar el asesinato de un hombre llamado Medardo Pacheco, quien llegaría a ser Prudencio Aguilar; la adopción de Margot, quien no dejaba de chuparse el dedo, de comer tierra húmeda y cal, y que se convertiría en la increíble Rebeca; la muerte de su tía Francisca que se inmortaliza en el fallecimiento de Amaranta; todos, personajes llevados a la vida en su novela cumbre Cien años de soledad. En esa casa de Aracataca están también los indicios para conocer el fondo del argumento de El amor en los tiempos del cólera: la magnificada historia de amor entre su padre Gabriel Eligio García, el telegrafista, y Luisa Santiaga Iguarán; o la aparición de las pasquines en el municipio de Sucre como el centro del argumento en La mala hora.

Gabriel García Márquez siempre dijo ser honesto en su escritura y en sus memorias encontramos la prueba más firme a su honestidad: cumplió con su amenaza demostrándonos que su vida llena de hechos insólitos y maravillosos —que vista por sus ojos y escrita con las palabras elegidas por él— no podía convertirse en otra cosa que en semilla para las historias más literarias jamás contadas, por parecer impensables, por parecer imposibles. Y esta es apenas una de las grandes razones que nos invitan a acercarnos a este gran libro.

Razones sobran, a decir verdad. En Vivir para contarla está la prueba de que Gabriel García Márquez colocó sus primeras piedras sobre la poesía, «la única prueba concreta de la existencia del hombre» (como cita Gabo más de una vez a Luis Cardoza y Aragón), o aquella poesía que tanto lo impactó en los versos del poeta bogotano Juan José Marroquín: «ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan, / ahora que albando la toca las suenan campanan…»; la poesía es el centro del valor literario de Gabriel García Márquez y, en sus memorias, entendemos que la poesía puede ser toda una vida, que aunque no alcance el tiempo para terminar de escribirla, bien nos queda a nosotros el tiempo para reconocerla.

Fotografía: Gabriel García Márquez
México, 1983.

* Reseña publicada originalmente en la Comunidad de Escritores y Lectores de BibloRed.

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