Viaje al país de la desidia

Prólogo

Desidia. Hay palabras envenenadas y otras que envenenan. Hay las que ni siquiera conocen aquellos que están envenenados por ellas, el enfermo que no conoce la razón de su mal y mucho menos la cura, aquél que escucha atento las palabras del médico pero no las entiende, sabe que algo anda mal, sabe que algo puede andar bien o se sabe perdido de antemano. Creo que así vive el venezolano de estos días, de estas horas y de estos minutos que pasan mientras escribo esto, porque lo acabo de ver, los vi, la vi, una Venezuela que parece hija o aliada de la herrumbre, víctima de una enfermedad de la que no conoce el nombre, ya sin fuerzas para buscar una cura.

Volví a Venezuela hace pocos días. Viví en ese país diez años (2002-2012) y pude aprender mucho sobre su idiosincrasia, aprendí que la nación del caribe es muy extensa, por ejemplo, aprendí a mezclarme y a querer eso que para otros es desorden, pereza y sinvergüencería. Tres años después de vivir nuevamente en Bogotá, mi ciudad natal, y de ver desde la distancia eso que dejé y que parece ser una bomba de tiempo, ese país que se reclama a sí mismo en crisis y nadie sabe qué tan verdaderamente lo está, ese país que unos admiran y otros repudian; pude ver que la distancia todo lo altera, que no hay testigos que valgan si no son nuestros propios ojos, y no me refiero solamente a los medios de comunicación, me refiero a las amistades, a conocidos y familiares que lo comentan en las redes sociales, que también llegan a Bogotá y cuentan cómo están las cosas, cómo para ellos están las cosas, pero no hay apreciación ajena que valga, solo estar ahí, volver y verlo para escribir esto que ahora escribo.

El itinerario fue breve y para nada planificado con intenciones de construir este texto. Este texto nace al revés, cuando mi esposa y yo atravesamos la frontera colombo venezolana y volvemos a estar del lado colombiano, cuando siento que podemos respirar tranquilamente de nuevo, que una extraña presión, tensión o miedo, finalmente se apartan de nosotros y nos atrevemos ahora sí a sentir el hambre y el dolor de cabeza y de cuello por el viaje de todo el día, y veo el BIENVENIDO A COLOMBIA en un fondo verde, limpio, que tantas otras veces vi en viajes familiares o con mi padre hacia Cúcuta, pero que en ese momento veo lleno de alivio. Ahí entiendo que debo escribir sobre esto, que a pesar de no haber tenido intención alguna de viajar para convertirme en una especie de turista-reportero y tomar nota de cómo vive Venezuela en estos días, me impongo la tarea y escribo, porque lo poco que vi vale la pena contarlo.



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