El Nobel no es de Dylan

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Bob Dylan no ganó el Nobel de literatura. Y no hablo del debate de si el premio fue concedido a un escritor o no, de si podemos o no afirmar que Dylan posee obra literaria. Dylan no ganó el Nobel porque ese premio se concedió a algo que va mucho más allá de un hombre con una guitarra, una armónica y un sombrero. El Premio Nobel de literatura del 2016 se concede en realidad a toda una generación de mentes cuyas voces se volvieron eco permanente desde hace más de medio siglo.

Hablo de un gran grupo de hombres y mujeres que apostaron a un mensaje y cada uno en su apuesta buscó el mejor camino posible, unos escribieron, otros cantaron y otros mostraron nuevas formas de pensamiento; hablo por ejemplo de la Generación Beat, ese grupo de escritores, poetas, músicos, pintores y gurús de la psicodelia que dejaron huella a través de su abnegada misión de autoconsumirse para consumarse, de incendiar cabezas y entrepiernas con la clarividencia de lo más bajo y lo más elevado de los instintos humanos. Basta leer los ya icónicos primeros versos del Aullido de Allen Ginsberg para constatar este irrevocable manifiesto ante la vida y el arte: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz. / Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo Él y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados». Dylan es un esquivo heredero de estas ideas, esquivo finalmente para todo, pero con la suerte de los imanes que opuestos al mundo todo lo atraen. Dylan estuvo allí, hizo parte de estos grupos de hombres y mujeres que quisieron darlo todo por su arte y que ante todas las contradicciones que pudieran darse por el paso del tiempo y los pequeños cambios del mundo su mensaje quedara intacto.

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La también cantante y poeta Patti Smith ha defendido y rescatado la esencia de ese mensaje hasta nuestros días, con más música, publicando libros, con la lectura de poemas sobre el escenario, con una postura que no se ha doblegado ante el paso de los años y lo lejano del origen de todo este movimiento. El premio también le pertenece. Como le pertenece al jazz, al rock, al folk y al blues.

Ahora somos testigos del reconocimiento a ese mensaje, a esas voces que aún nos acompañan bien sea en un poema, un libro o en una canción; Kerouac, Bourroughs, Huxley, Malcom X, Joplin, Hendrix, Lennon, Ginsberg, Cassady, Parker, Smith, Coltrane, Morrison, Cash, Waits, son todos ellos nombres que sustentan este premio de la Academia Sueca, premio al que le damos rostro y nombre a través del gran Bob Dylan.

Entonces el premio no es para una obra literaria de calidad innegable ni para un escritor destacado, es para una generación cuyas ideas y expresiones dejaron marcas muy hondas en la cultura de las últimas décadas. Ese trabajo merecía este reconocimiento.

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Por qué Dylan, seguiremos preguntándonos hasta que venga el sucesor del 2017, porque las voces certeras, sea en la música, en la poesía, en la prosa o en la ciencia, dejan un eco permanente; y es la historia la que decide hasta dónde se propaga.


Imágenes tomadas de:
(1) Bob Dylan in his living room, Byrdcliff home, Woodstock, NY, 1968. © Elliott Landy/Magnum Photos
(2) Patti Smith. flavorwire.com
(3) Bob Dylan & Allen Ginsberg at Jack Kerouac's grave. vomb.com.ar

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