El gran plano


«Que el mundo fue y será una porquería… ya lo sé», dijo el maestro Discépolo por allá en los años 30, y es verdad que el mundo siempre tendrá su lado sombrío y amargo que parece predominar sobre las bondades y alegrías que puede tener nuestro breve tránsito por este planeta. Pero lo que uno no alcanza a entender es por qué el periodismo pareciera querer llevarse todo el crédito de esa mancha indeleble.

Por más pesimistas que seamos sabemos que el mundo tiene cosas buenas, que pasan cosas buenas y que en todas partes hay rincones con historias humanas magníficas que valen la pena contar para inspirar a otros. Y aunque esta es una tarea que los medios de comunicación, hoy con mucha ayuda de las redes sociales, vienen adelantando para dar pinceladas de mensajes positivos a sus portales de noticias, sigue uno sin comprender por qué hay medios y periodistas, o líderes de opinión, que insisten en convertir los hechos del acontecer nacional en campos de batalla.

Y miento, uno sí comprende perfectamente por qué: los medios son empresas y eso no es ningún delito, son productores de información que o bien se consume o no y en la medida en que esto se venda el periodismo producirá más o menos trabajo. Hay gente que vive de esto honestamente y hace su trabajo diariamente para sostenerse y sostener a los suyos, eso es una realidad que muchos cometemos la imprudencia de obviar cuando hacemos click en el titular de cada mañana y juzgamos lo que allí encontramos. Uno puede comprender eso, y en esa medida entiende por qué a veces los medios deben sacar noticias completamente banales e intrascendentes, cuando las escuelas de periodismo enseñan que la noticia es noticia por tratarse de un hecho puntual del presente que puede tener repercusiones para el futuro o tuvo repercusiones en el pasado. Juzgar a los medios bajo ese parámetro nos lleva a la decepción en la que estamos, pues se sabe que un alto porcentaje de lo que se nos vende como noticia no necesariamente lo es.

Sin embargo, satanizar a los medios por estas decisiones, que no necesariamente son pobreza de criterio sino gajes para mantener el oficio, puede ser injusto. Lo que no es injusto, en absoluto, es juzgarlos cuando el cálculo que hacen los llamados periodistas, o líderes de opinión de este país, buscan que la intrascendencia de una noticia se vuelva gracias a ellos trascendente o, lo que es más grave, hacer todo lo contrario: que una noticia importante pase de agache o sin la relevancia necesaria. Esos cálculos del periodismo actual de nuestro país (y del mundo, hay que decirlo), esas movidas de estrategia comercial y política, que claramente son impulsadas por los intereses de personas poderosas, unidas a la convulsionada realidad social y política que vivimos desde hace años, solo pueden tildarse de irresponsables.

Ahora que se habla tanto de “polarización”, cuando nuestro país se enfrentó en dos bandos opuestos (liberales y conservadores) desde antes de constituirse como república, cuando el mundo y otros países viven esa misma realidad desde todos los tiempos (basta ver la eterna puja entre republicanos y demócratas en Estados Unidos), uno esperaría que los medios se enfocaran en lo que los gringos llaman the big picture, el gran plano, no el primer plano que tanto parece encantarles a los medios nacionales, ese que no deja ver más allá de lo que ellos quieren que veamos.

En esa miopía informativa estamos pasando por alto uno de los momentos más importantes y trascendentales en la historia de la sociedad colombiana: el proceso de paz. Que en un país de tantas convulsiones e intereses oscuros se haya logrado implantar una política de estado con voluntad de sentarse a negociar con un grupo armado, que se haya logrado aterrizar en la raíz de nuestras violencias, nuestras inequidades y nuestras injusticias, que se haya tejido un discurso transformador de la sociedad desde una posición de gobierno, es un claro hito de nuestra historia contemporánea, porque por primera vez en mucho tiempo podemos asegurar que un gobierno colombiano fue capaz de ver ese gran plano de nuestra historia. Pero, en completo contraste con esto, algunos medios nacionales y periodistas con cierto tipo de reconocimiento, que se creen autoridad moral a la hora de cubrir estos temas, han decidido tomar bando y en muchos casos desinformar a carta abierta.

Basta hacer una ronda por las principales cadenas radiales y los titulares de los principales periódicos del país para constatar que el periodismo colombiano toma posiciones, cada uno a su manera, unos mostrando mucho, otros poco, otros nada de ese gran plano, que nos desvían de una realidad que nos afecta y que todos tenemos el derecho a ver. Ese se supone que es el valor constitucional de la prensa, su capacidad de mostrarnos las distintas orillas sin incidir en nuestra opinión, pero cada vez es más frecuente ver que reconocidos periodistas confunden informar con opinar, que prefieren hacerse los tontos cuando hacen entrevistas bien sea preguntando banalidades o interpretando una noticia o la respuesta de un entrevistado a su conveniencia, confusiones e interpretaciones que calan en la sociedad, que se retransmiten, que nos sumen en ese embudo informativo en el que estamos, que nos alejan de la verdad; y en eso se está haciendo un mal incalculable, lo dijo Charles Fourier a principios del siglo XIX: «hay Mal desde el momento en que se impide o se comprime el libre movimiento de nuestras facultades, tanto físicas como morales e intelectuales.»

El mundo no es necesariamente una porquería, quisiera hoy decirle al maestro Discépolo, lo que pasa es que tiene muy mala prensa.

Fotografía: South Korea. Kaesong. 1952.

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