Miedo a salir: depresión, altruismo y cuarentena

Ana Mess es una artista diagnosticada con depresión severa hace más de diez años. El aislamiento social provocado con la cuarentena pasó de ser un escenario cómodo y familiar para ella a ser una nueva razón para tener el valor de salir. Sin embargo, también significó un giro para su propia salud y el motivo para volver a encerrarse, ahora que la gente vuelve a salir a las calles.


“En este momento tener que salir, así porque sí, sería desastroso. Yo me tengo que parar en la puerta y mentalizarme mucho para poder cruzarla”, dice Ana. “El problema no es tanto estar en la calle, el problema es salir de la casa. Entonces tengo un poco de angustia por lo que vaya a pasar después con eso: que no quiera volver a salir”.

Ana es una paciente diagnosticada con depresión severa desde hace un poco más de diez años, años que ha pasado entre terapias, medicamentos y por lo menos dos recaídas anuales serias. Es conocida como Ana Mess en redes sociales, en el 2017 publicó su libro Sin ser de noche todo se ve muy negro, en el que ilustró su propia depresión. Vive en Bogotá y allí mismo guarda la cuarentena que ya suma más de 80 días —es decir, una ochentena—, aislamiento que la ciudad y el país vienen implementando desde finales de marzo del 2020 debido a la pandemia causada por el nuevo coronavirus.

A medida que pasa el tiempo y las ciudades se empiezan a reabrir, pacientes diagnosticados, como Ana, reviven el intenso miedo a tener que salir.

En Bogotá se estima que más de 15 mil pacientes fueron atendidos por diagnósticos relacionados con salud mental entre julio del 2016 y agosto del 2019, según la Secretaría Distrital de Salud (SDS). Sin embargo, estas cifras corresponden a lo contabilizado en atenciones realizadas por la Red Adscrita a la SDS y allí solo se registran pacientes cuyos síntomas o estado emocional configuren un riesgo bien sea para su propia integridad física o la de aquellos que viven o que permanecen en su entorno. Entre enero y agosto del 2019, la cifra más reciente, se registraron 3.134 de estos pacientes atendidos en Bogotá.

Según explicó la psicóloga Catalina Martínez Ascencio, hay otros cientos de pacientes que reciben atención psicológica o psiquiátrica en Bogotá anualmente sin que sus casos tengan que ser reportados a la SDS, por tratarse de diagnósticos que no representan algún tipo de riesgo; sin embargo, reciben terapia y también son medicados. Lo que evidencia un subregistro en cifras oficiales.

“Yo estoy igual teniendo terapia y todo. Y yo, normalmente, he tenido largas temporadas de encierro. Pero en los últimos meses, digamos, yo casi que abandoné salir excepto por necesidad”, cuenta Ana con una voz serena pero al mismo tiempo resignada, dominada por la profunda normalidad que hay para ella detrás de cada una de sus palabras. “O sea, yo salía máximo dos veces a la semana, y esto ya era un gran esfuerzo; pero eso es parte de mi terapia. Yo tenía que buscar salir a la calle, encontrarme con personas y estas cosas, y ahora la situación es distinta. Digamos que la vida cotidiana no me cambió tanto pero hay otros miedos y hay otro tipo de sensaciones”.

Mientras que para muchos el encierro impuesto por el Gobierno poco a poco empieza a convertirse en algo pasajero, para pacientes diagnosticados con depresión, estos decretos y medidas para proteger a la población del contagio de COVID-19, son su vida diaria; o por lo menos son una realidad que conocen bien, pues su condición mental los obliga a aislarse.

“Hay varias formas de depresión y son tan distintas como las personas. Cada una es diferente”, explica la doctora Ángela Rodríguez, psicóloga especializada en terapia individual. “Hay unas que se llaman crónicas, que son a repetición pese a la medicación y pese a la terapia, pero que le permiten a la persona ser funcional con esos apoyos. A la gente le cuesta mucho trabajo levantarse, salir de su casa, comprometerse con un proceso de vida, planear hacia adelante y entusiasmarse con los planes. Lo que yo he visto con estas [personas] —y estoy muy sorprendida— es que se están empezando a sentir normales e igual a los demás”.

Al preguntarle a Ana si se ha sentido más preparada que los demás para enfrentar el confinamiento, dice: “Yo diría que sí, aunque suene tal vez un poco soberbio. Pero sin duda, sí, porque me ha tocado”. Y explica: “la sensación es un poco igual, porque la depresión es algo que uno no ve, ¿sí?, es lo mismo que un virus. Es algo que está ahí, algo con lo que no puedo luchar físicamente; no es una guerra pero se siente como una batalla”.

La primera conversación que se tuvo con Ana y con la doctora Rodríguez fue el 28 y 29 de marzo, respectivamente; apenas había pasado la primera semana de aislamiento preventivo ordenado por el Gobierno Nacional, incluyendo el simulacro ordenado por la Alcaldía de Bogotá el fin de semana anterior. En ese momento, la incertidumbre sobre lo que iba a pasar ya dominaba las mentes de muchos. Y, aunque los miedos y la experiencia personal de Ana parecían mantenerla al margen de todo riesgo, las cosas estaban por cambiar.

 “Nuestra salud mental, la de todos, es frágil, ¿verdad?”, dice la doctora Rodríguez, “y estas son circunstancias donde esa fragilidad se nota más [por] ansiedad, pero sobre todo por la imposibilidad de saber qué es lo que va a pasar más adelante”.

Terapia en aislamiento
“Para todos en el país la telepsicología se nos vino encima”, dice el doctor Paulo Daniel Acero, director ejecutivo de los Tribunales Deontológicos y Bioéticos del Colegio Colombiano de Psicólogos (ColPsic). Y añade: “circunstancias como las que estamos viviendo ya casi que nos obligaron a todos a tomar en serio el asunto y lamentablemente en Colombia todavía no hay una legislación específica que reglamente el asunto”.

Es decir, en Colombia no hay unos protocolos formales que reglamenten el ejercicio de la psicología a través de medios virtuales, en una palabra: la telepsicología. “Lo que tenemos más aproximado era la resolución 1438 de 2011 que había reformado el sistema de salud, y en esa reforma se señalaba la necesidad de hacer historias clínicas electrónicas; digamos que fue el primer paso”, aclara el doctor Acero.

Por esta razón, en medio de la emergencia sanitaria por la pandemia, ColPsic publicó a finales de marzo de este año la guía “Referentes éticos mínimos para la práctica de la Telepsicología”, un documento sobre el ejercicio y las prácticas responsables de psicología a través de medios virtuales.

“ColPsic decide crear el equipo de respuesta psicológica frente al coronavirus como una manera de organizar acciones de forma mucho más rápida para dar respuesta a unas necesidades que iban surgiendo en situación de emergencia”, explica el doctor Pedro Pablo Ochoa, director del equipo de respuesta psicológica frente al brote de COVID-19 en ColPsic. “Cuando hay una emergencia, las instituciones no necesariamente están preparadas para responder frente a ella. Por eso surgen las respuestas de los voluntarios”, agrega el doctor Ochoa.

Con este equipo de respuesta el colegio logró consolidar una serie de acciones en términos de capacitaciones en temas de ética, teleorientación, mediación en violencia intrafamiliar, crisis y primeros auxilios. Hasta el 14 de mayo, en los cursos de respuesta emocional había 820 personas capacitadas; en el curso de primeros auxilios psicológicos contaban con 900 inscritos, de los cuales 300 ya habían terminado el curso.

La telepsicología implica varios retos, el más difícil es el de mantener la sensación del contacto humano. “La gente con la cual usted ya tiene una relación y avanzada la terapia, le aguanta. Pero van a tener momentos donde, como se pierde todo el contacto humano y la cara se deforma un poco, eso es bastante intolerable. Las facciones se vuelven planas y se cambian”, opina la doctora Rodríguez.

“Sentir que uno está en terapia en la propia casa es raro, ¿sí?, de alguna manera yo siento que valdría la pena tener un sitio neutro, algo así, porque el sitio donde uno vive también está cargado de un montón de situaciones y recuerdos que tal vez lo distraigan a uno”, comenta Ana.

Dos meses después: los riesgos del altruismo pandémico
Ya avanzada la ochentena, el escenario del aislamiento ha ido cambiando. Son varios los sectores de la economía que se han reactivado paulatinamente, hasta el punto en que la idea inicial de aislamiento parece desvanecerse, lo que lleva a que más personas ocupen las calles de nuevo. Permanecer en casa es el privilegio de unos cuantos que pueden trabajar desde sus casas y cuentan con recursos para subsistir sin preocuparse por lo que sucede en las calles.

Resulta necesario detenerse a dimensionar cómo las cuarentenas han afectado la actitud y la manera como las personas se relacionan entre sí, cómo se juzgan y cómo se ayudan. El escenario y las capacidades para actuar y enfrentar estos momentos no son las mismas para todos, y el modo en que les afecta puede determinar que la historia de un paciente con depresión cambie drásticamente, para bien o para mal.

En los medios y las redes sociales se hicieron comunes las muestras de solidaridad en medio de la crisis económica que muchos viven por los confinamientos. Personas publicando la manera en que han ayudado a otros, personas invitando a ayudar, enlaces a páginas para donar, jornadas para recaudar fondos o mercados o elementos de primera necesidad. Todo tipo de altruismos y gestos de solidaridad se exhiben en lo que cada vez más va pareciendo una competencia de filantropía tan viral como el mismo coronavirus.

Los efectos de ese sentimiento colectivo, en el caso de Ana, no se hicieron esperar.

“Lo último fue que me dio un ataque de ansiedad como no me daba hace muchísimos años, de esos que dije ‘me voy a morir, ya, no hay de otra’. Esa sensación de que me estoy enloqueciendo rápidamente y no puedo controlarlo”, cuenta Ana Mess en una nueva conversación el pasado 15 de mayo. “Entonces ahorita me tocó ponerme en un casi que reposo absoluto después de esta batalla interna”.

Ana explica que, pocos días después de la primera entrevista concedida en marzo, decidió ayudar a un par de vecinas de la tercera edad con diligencias médicas y trámites de la pensión. Es decir, Ana salió muchas más veces de las que tenía pensado, lo que le desató la actual recaída en la que se encuentra. “Yo creo que salí casi entre 2 o 3 veces por semana, y eso fue demasiado”, dice.

“Estaba empezando a tener otro tipo de angustias; sentía que esto iba a ser una forma de no desconectarme del todo de la vida real, porque obviamente esto tiene que continuar. Eventualmente vamos a abrir las ciudades y el tema es que cuando uno lleva tanto tiempo encerrado y se está volviendo tan cómodo va a ser el doble de difícil volver a retomar ciertas dinámicas”, responde Ana al preguntarle las razones que la llevaron a romper su habitual encierro para ayudarles a sus vecinas.

Sin embargo, para Ana es claro que ese altruismo colectivo que se publicita tanto en estos días, en cierto modo, la presionó a hacer algo que la hiciera sentirse útil, sentir que estaba ayudando a alguien que lo necesitara.

“Yo he tenido durante años una pelea interna con el sentirme una buena persona, es casi patológico, yo todo el tiempo estoy evaluándome si soy una buena persona, entonces en la medida que puedo pues trato de hacer cosas por los otros”, explica. “Ahorita, de alguna manera, todos estamos muy vulnerables, […] es un problema mundial. Yo siempre he sentido que cuando uno se siente vulnerable está un poco más pendiente de los otros, un poco por la misma razón, porque angustia qué tan vulnerable está el otro”.

Un ataque de ansiedad que devuelve las cosas a la normalidad
Ana, quien en marzo comentaba la dificultad que le representaba el simple hecho de abrir la puerta de su casa para salir a la calle, dos meses después había dedicado buena parte de su tiempo y de su salud a ayudar a dos vecinas; un buen gesto que le costaría perder mucho en cuanto a su estabilidad mental y física.

“El día que me dio el ataque estaba en la calle”, cuenta. “Estuve manejando y eso es una cosa riesgosa que uno esté en un ataque de estos. Sin embargo, parece que todos mis años de lidiar con ansiedad y con ataques de pánico, […] pude no cometer ninguna imprudencia, hacerlo todo bien, hablar con médicos, y pude llegar a mi casa a bañarme y descansar definitivamente”.

Al volver a conversar con la psicóloga Ángela Rodríguez sobre la evolución que pudo ver en sus pacientes a lo largo de esos dos meses de confinamiento, cuenta: “algunos [pacientes] de los que reaccionaron muy mal al principio, fueron encontrando un sentido. […] Algunos de estos, que son los de gran aislamiento físico, como las mujeres solas, mujeres solas de 40 años sin hijos, pudieron al principio; pero ante la perspectiva de volver a salir, se desbarataron”.

“Los adultos que se encierran por crisis de depresión estaban igual que los demás, luego estaban contentos, porque tenían prohibido salir, pero ahora que hay la posibilidad de salir me han tocado muchos ataques de pánico”, concluye la doctora Rodríguez.

Pero en Ana hubo otras motivaciones que también confluyeron en su interior para convencerla de armarse de valor y salir a exponerse: “estas personas mayores me hacen pensar mucho en mi abuela. Ella lleva en cuarentena más de dos meses, no ha salido a la puerta. Pero, bueno, sé que ella está con mis tíos”, dice. “Es algo que creo a todos nos pasa, reconocer a alguien cercano y amado en otras personas y en nombre de ese amor tratar de ayudar a otros. Eso me afectó y también por eso fui cediendo”.

“El tema es que me cuesta mucho interactuar con otras personas todo el tiempo, yo necesito aislarme. Esto es desde hace muchos años, esto es una confirmación de que no puedo con la presión de la gente, de otros”, explica, y la leve vehemencia en su voz revela la lucha interna que esto significa para ella.

 “Yo decía: ‘tengo la energía suficiente para hacer estas cosas’, y resulta que no. Al principio yo había dicho que uno se daba cuenta que no es capaz, y lo único que hice en estos últimos tiempos fue decirme a mí misma ‘no me puede pasar’. Mejor dicho, no quise entender lo que estaba pasando, y todo el tiempo dije ‘yo puedo con esto’, y evidentemente no. Y ahora estoy en cama a punta de suero”.

Esto abre una pregunta y una discusión muy sinceras que deben darse en estos tiempos sobre las presiones que la misma sociedad se impone en momentos de dificultad. Queda la tranquilidad de que existen profesionales dispuestos y preparados para atender estos casos, aun a la distancia, así sea a través de una pantalla que deforma los rostros y distorsiona las voces. Preocupa que el acceso a esos profesionales siga siendo limitado para un buen número de la población. Lo importante es que haya una conciencia colectiva de que la ayuda está ahí y que hay que generar los medios de atención, en especial con este nuevo miedo a salir.

Fotografía: George Becker on Pexels

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