La palabra y el mundo
Vaya
lío, no sabemos inglés. Qué vergüenza.
Medio Colombia se lleva la mano a la frente en un rotundo facepalm (o una autobofetada, mejor), la
otra mitad seguramente no se da ni por enterada, o no ha entendido el tal error,
lo que me parece bien. Hablo, sí, del caso de las medallas de los Juegos Mundiales del 2013 que en este
momento se celebran en Cali. A los organizadores se les confundió el mundo con
la palabra y nosotros nos indignamos, cuando buena parte de los grandes poetas
del mundo han sucumbido ante la misma confusión. Pero, es verdad, las medallas
no tienen nada de poético y que un error tipográfico (vamos a hacer esta
salvedad, porque no necesariamente debe ser un error idiomático) perdure en nada
más y nada menos que en una pieza de oro que, para colmo, se da en
reconocimiento a un esfuerzo, sí produce un tanto de desasosiego: «premiamos tu
esfuerzo con una muestra de nuestra carencia del mismo».
Qué vergüenza.
Lo cierto es que el asunto del error no me llama tanto la
atención como la reacción de la gente ante el hecho. De repente el asunto se
convirtió en una excusa para hablar de nuestra falta de preparación, nuestra
falta de conocimiento, el problema de la palabra
es ahora un problema de aprendizaje: señores, siempre lo ha sido; ah pero es
que no se refieren al aprendizaje natural de nuestra lengua sino de lo que
aprenden miles de hispanohablantes en academias de idiomas y cursos
interactivos: ¡les robaron la platica! Hasta se ha llegado a tocar el tema como
un asunto de «falta de cultura», somos unos incultos por no conocer la
escritura correcta de una palabra en otro idioma: me asombra lo críticos que
podemos llegar a ser, porque, es cierto, reconocer las realidades y dinámicas
de otras culturas no puede dejar de ser una gran muestra de conocimiento de la
propia…, momento: ¡la cagamos! Sí, sí, las medallas tienen la palabra mal
escrita, pero no fue en lo único que la cagamos. ¿No vieron por qué? Ya se los
explico, mis señores cultísimos:
Porque cada día es más fácil ver cómo en vallas
publicitarias, comerciales de televisión, locuciones de radio, sitios en
Internet, y bueno, cuanto medio se les ocurra, nosotros, todos unos cultísimos hispanoangloparlantes, ciudadanos del
mundo y archiconocedores de nuestra cultura, no sabemos respetar las reglas de
nuestra propia lengua o no cuidamos sus formas por más sutiles e
insignificantes que parezcan.
¡Qué vergüenza!
¿Por qué nadie se queja cuando canales de televisión
privados, que arrastran con una gran influencia en la población culta hispanoangloparlante de Colombia, olvidan
que tenemos signos de interrogación y signos de admiración que abren nuestras
expresiones? ¿Por qué nadie se queja cuando los medios dejan ver que claramente
las tildes les parecen un adorno, cuando reducen nuestro idioma a una copia de
otro? Estas cosas son mucho más visibles que una medalla, están por toda la
ciudad, y no las vemos. Ah, pero es una cosa del «orden mundial», una cosa de «economía
del lenguaje». Un signo no implica ninguna economía del lenguaje, pero es más
fácil apropiarnos de aquello que desconocemos en lugar de aprenderlo y
aplicarlo. Sufrimos de lingüicidio colectivo y ni nos damos cuenta.
Somos unos ciudadanos del mundo. Qué vergüenza.
Es cierto que el error en las medallas de los Juegos Mundiales es vergonzoso, pero también
lo es, y mucho más debería serlo, que se nos despierten las alarmas
lingüísticas con otra lengua y no con la nuestra. Alarmémonos de nuestras
esdrújulas sin tilde, de nuestras preguntas y admiraciones anglicadas,
escurridas y flojas. Piensen, al menos, en las fábricas y desarrolladores de
teclados y todo el esfuerzo que hacen para crear teclados que se ajusten a nuestras
reglas y nuestros signos: están ahí por algo.
El asunto de las medallas ya encontró solución, debido a la
misma vergüenza, y reemplazarán todas y cada una de ellas. Ojalá pronto nos
remplacen las vallas, los locutores, las presentadoras, los comerciales, los
afiches, con nuestras palabras y nuestras frases mochas. Porque, señores, la
están cagando, y no se han dado cuenta. Supongo que está bien porque no les da
vergüenza sino verguenza; y todo por
andar confundiendo a la palabra con el mundo.
Fotografía: Jean Gaumy, France 1999.
Comentarios
Publicar un comentario