Meine Katze


Todo parece indicar que los gatos se han puesto de moda. «Poner de moda» es una expresión que nunca tomaré en serio. Sin embargo, estamos hablando de gatos, esos diablillos vestidos de peluche que podrían dominar el mundo, sólo que tienen tanto ego que el mundo dejó de interesarles, y dentro de sus crecidas conciencias saben muy bien que tienen todo al alcance de sus adorablemente pretenciosas almohadillas. De manera que hablar de gatos como nueva imagen a estampar en todas las blusas de diseño europeo puede salirse de mi itinerario de burlas que para estos casos acostumbro.
                Para empezar contaré mi experiencia personal con los gatos: siempre me consideré una «persona de perros» hasta que mi mejor amiga de bachillerato me empezó hablar de su gata, y pude observar cómo estas mascotas eran capaces de hacer cosas geniales que los perros no lograrían ni con el mejor entrenamiento. Los gatos son capaces de ignorar, punto. No hablemos de lo que hacen a la hora de cazar; yo vi cómo el gato de esta amiga que les menciono se lanzó encima de un ratón que intentaba escapar por una pared del patio trasero de su casa, lo estranguló con sus patas delanteras mientras lo miraba directamente a los ojos y luego se lo llevó entre dientes, corriendo, sin que hubiese pasado más de un minuto en todo el acto. Eso me revolcó el mundo. Los gatos tienen tal consciencia del mundo que los rodea y, además, tal consciencia de la importancia que tienen ellos en ese mundo, que todo puede estarse cayendo a pedazos a su alrededor, pero si nada tiene que ver con ellos, lo máximo que harán es girar levemente alguna de sus orejas y, luego, seguir con su décimo-sexta hora de sueño del día. Aunque, noto que miento en algo, no llegué a estas conclusiones apenas con observar los gatos de mi mejor amiga, esto es el resultado de aquella experiencia y otros cuantos gatos que he conocido en el camino; como Luna, que un primero de enero llegó a mi casa a parir, tuvo dos gatitos, los cuidé por poco más de tres meses y poco a poco fueron desapareciendo, se fueron uno a uno y nunca supe a dónde. Y así hay otros cuantos que han llegado para irse. Pero hay un par que se han quedado: Haruki y Gala, que, pensándolo bien, más que quedado, se han apoderado de la casa de mis suegros. A Haruki (sí, como el escritor) lo adoptamos, Gala fue el regalo de un amigo, y verlos juntos es casi como ver a un Zar del Imperio Ruso junto a su pequeña princesa. Ahora puedo afirmar con toda seguridad que hay algo detrás de los gatos que ningún otro tipo de mascota puede ofrecer,  y, de paso, encuentro cada vez más difíciles de entender las razones que muchos dan para llamarse exclusivamente «amantes de los perros» y, a la vez, «aborrecedores de los gatos». Para mí, toparme con el mundo de los felinos, fue confirmar mi fascinación por el mundo animal, así que ni soy «persona de perros» ni soy «persona de gatos», ambos me asombran de muchas maneras posibles.
                Así que, como ven, los gatos entraron algo tarde en mi vida, y realmente pienso que me perdí de cosas fascinantes: tantas peleas contra sombras, muebles roídos, colas bamboleantes y, sobre todo, siestas que no parecen detenerse sino ser un extraño continuum en el tiempo y el espacio. Y ahora veo cómo de repente los gatos están en todas partes (y no me refiero a cómo cada vez hay más gatos huérfanos corriendo por las calles expuestos a morir de hambre o atropellados, dignas fuentes de inspiración de Don Gato y su pandilla). Los gatos, por alguna extraña razón, han captado más que nunca la atención de todos; lo supe cuando entramos a una reconocida tienda de ropa europea y por alguna razón casi todas las blusas de corte casual o juvenil tenían un gato estampado. El fenómeno de los LOL Cats en Internet es otro buen ejemplo de esta ola felina. De repente todos pueden ser amantes de los gatos, se podría decir, incluso, que los gatos son los nuevos perros.
                Y esto, verdaderamente, no representa mayor problema, en absoluto. Pero hay quienes se empeñan en encontrar un problema en todo. El problema, en este caso, es: qué será ahora de los pobres intelectuales amantes de los gatos. Su mascota, animal insigne, la representación de todo lo que un intelectual busca cuando fuma su pipa y acaricia el lomo de un persa obeso. Los gatos se están vulgarizando, y, a ustedes, no lo nieguen, les preocupa. Se puede hacer toda una lista de grandes escritores que han elogiado a los gatos; poetas, cuentistas y novelistas, artistas de todas las ramas, todos por igual los han adorado tanto o más que los mismos egipcios. Como breve ejemplo, tenemos a Cortázar y su famosa fotografía sentado en una sala junta a una ventana, con una cámara fotográfica en la mano y, del otro lado de la ventana, un curioso gato casi preguntándole «qué hace ahí ese barbudo gigantón sentado con ese aparato entre las manos», a lo que el idiota de Cortázar (porque a los ojos de un gato todos debemos vernos como idiotas) apenas le extiende el dedo índice como si fuera un bebé a punto de babearse. Y no es que mi intención sea entender todo lo que piensan los gatos, sería catastrófico para mi autoestima, para la de todos. Otro felinofílico fue el señor William S. Burroughs, otro escritor amante de gatos, quien en su libro Gato Encerrado, libro póstumo publicado por El Aleph, recoge una serie de anotaciones sobre gatos, sus gatos, los gatos en su vida y en sus sueños. ¿Qué pensaría el viejo Burroughs al ver tanto gato estampado, vulgarizado y convertido en un pobre payaso; o el mismo Edgar A. Poe al ver que El Gato Negro, la figura que lo inspiró a escribir uno de sus cuentos más reconocidos se ha convertido en lo que llaman el basement cat? La verdad es que seguramente se reirían igual que muchos de nosotros lo hacemos. Porque el gato no sale de esa ambivalencia que lo condena a un aire de petulancia y superioridad y al mismo tiempo lo convierte en una de las criaturas más tiernas, consentidas y descaradas del planeta.
                Sin embargo, hay quienes van más allá. Otro de estos escritores amantes de los gatos mucho más contemporáneo pero, por alguna razón, resulta casi tan lejano como Cortázar, Burroughs y Poe: el japonés Haruki Murakami. Éste es todo un maestro en lo que respecta a gatos porque, de hecho, se atrevió a intentar meterse en sus cabezas, reproducir de la manera más exacta posible su modo de comunicarse, e imaginarse lo que sería tener una conversación con uno de ellos. La novela Kafka en la Orilla narra la historia de un muchacho, que huye de su casa, y un hombre que después de un extraño accidente en su infancia durante la guerra puede comunicarse con los gatos; a pesar de ser un hombre ya maduro, nunca aprendió a leer o escribir, todo lo que sabe sobre el mundo lo ha aprendido de los gatos. Al leer aquellos gatos hablando con el personaje, llamado Nakata, podemos fácilmente confirmar, si tenemos un gato cerca, que es exactamente lo que nos dirían y como nos lo dirían si pudiéramos entender su idioma. Pero, lamentablemente, estas son sólo cosas locas que pasan en los libros; por supuesto, nadie es capaz de comunicarse con un animal. Entonces me pregunto: ¿cómo ha hecho el mundo y el hombre para avanzar tanto en tantas cosas pero prácticamente nada en esto de hablar con animales?
                Dicho sea, entonces, los gatos no son un boom reciente, siempre han estado en todas partes y siempre lo estarán. Han sido parte de las vidas de aquellos que valoran ese espíritu místico que irradian. Las pruebas están en todo lo referente a ellos, en la literatura en que se han convertido.
Ahora que notan que están rodeados de gatos, tómense un tiempo, obsérvenlos. 

Fotografía: Meine Katze

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares