La idiotez, la intolerancia y el poder


Cuando un grupo gigantesco de gringos blancos desfiló entre una arboleda y antiguos edificios de gobierno, todos y cada uno de esos hombres con una antorcha encendida —lo que en la oscuridad y las sombras de esa noche produjo un escenario lúgubre que recordaba imágenes de la inquisición—, cuando esos hombres avanzaron, desafiantes, lanzaron una serie de proclamas que revelaron el verdadero sentido de lo que allí sucedía: you will not replace us! Jews will not replace us! Who’s streets? Our streets! y un retumbante Blood and soil!, gritaba al unísono aquel río de llamas encendidas. Fue una noche de viernes, el 11 de agosto de 2017, en la ciudad de Charlottesville, Virginia, en el corazón mismo del este de los Estados Unidos, una población ubicada a unos 190 kilómetros de Washignton D.C. Allí, esa misma noche, para los estadounidenses confluyeron, como en un embudo del tiempo, décadas de historia de luchas y de enfrentamientos a favor y en contra de los derechos civiles, del racismo y de la libertad.

Para entender por qué basta revisar una de las arengas de estos gringos blancos armados con antorchas: Blood and soil, “sangre y suelo”, o simplemente blut und boden según la Alemania nazi. Esta frase, que los nazis abreviaban Blubo, se convirtió en la marca insigne de la lucha aria por la protección y prevalencia de una raza superior, uniendo los dos elementos que les adjudicaban ese derecho: la sangre de su ascendencia (blut) y el suelo o territorio que les proveía de todo y que habían nacido para defender (boden). Si trasladamos esta frase a una ciudad donde cientos de gringos blancos la gritan no hace falta que pensemos mucho más para entender de qué iba todo ese asunto. Lo que muchos no imaginaron esa noche es en lo que podía terminar, si es que acaso ha terminado.

El problema del racismo en los Estados Unidos pareciera un apéndice de su propia historia, no hay periodo de su construcción y evolución como nación que no esté ligado a esta realidad, desde la esclavitud, pasando por los derechos civiles, este tema no deja de lado a la sociedad norteamericana y cada cierto tiempo vuelve a aparecer con fuerza renovada para sorpresa y pesar de todos quienes condenamos este vejamen. Ese nefasto fin de semana en Charlottesville es el episodio de la historia reciente de ese país en donde resurgió el tema racial con tintes que se creían erradicados o por lo menos concentrados en sectores muy reducidos de la sociedad. Esa noche quedó claro que el supremacismo racial de los blancos heterosexuales cristianos es una realidad que ha cobrado un nuevo impulso y que aquellos quienes añoran unas calles y un país solo para los blancos, salieron de debajo de las piedras para “hacerse sentir” y mostrar que están más presentes que nunca. Un horror que visto en perspectiva resulta francamente inenarrable.

Pero es la realidad y como tal hay que hacerle frente. Como siempre, el arte ha tomado la bandera para enfrentar momentos de la historia de esta naturaleza; en esta ocasión se trata de la película BlacKkKlansman (2018), del director Spike Lee, una historia basada en el libro autobiográfico de Ron StallWorth, interpretado por John David Washington, el primer agente de policía negro que hubo en la ciudad de Colorado Springs en 1978. ¿Y por qué se interesó a Spike Lee en este hombre? En varias entrevistas el director dice que bastaron seis palabras: “hombre negro infiltrado en el Ku Klux Klan”, y entonces entendemos a Lee, esas seis palabras parecen el argumento perfecto para una excelente ficción, para una sátira mordaz, pero no, la historia era real, todo estaba contado en el libro Black Klansman: Race, Hate, and the Undercover Investigation of a Lifetime, publicado en el 2014. Así nació esta película de Spike Lee que ha acaparado la atención del mundo y que fue nominada a los premios Oscar del 2019 en la categoría de mejor película del año, y que también le significó la primera nominación como mejor director en ese mismo certamen, un reconocimiento a su recorrido en el cine de los Estados Unidos, pues ha dirigido películas como Do the right thing (1989) y Malcom-X (1992).



Esta vez la apuesta fue grande, hay una coyuntura político social innegable e inescapable para la sociedad negra estadounidense; el compromiso es claro: desenmascarar la carrera de odio y regreso a la opresión que la agenda del Alt-right movement quiere imponer, y no solo en EE.UU. sino en buena parte del hemisferio occidental con el resurgimiento en el poder de grupos de extrema derecha. De modo que la historia de Ron Stallworth resultó perfecta para evidenciar mucho de lo que eran y siguen siendo los grupos supremacistas blancos en ese país.

¿Cómo logró un hombre negro infiltrarse en un clan de racistas extremos?, es lo que todos nos preguntamos. La respuesta es que gran parte de su trabajo lo hizo por teléfono, pero para asistir a las reuniones entraba a la acción otro agente, Flip Zimmerman (Adam Driver), un judío que incluso niega públicamente sus creencias ante el evidente acoso a negros y judíos que hay dentro del mismo departamento de policía, y es Ron quien lo alienta a tomar esa lucha contra los racistas como propia. Esa lucha en el corto plazo deja en evidencia que hay miembros del Klan en todas partes, en el gobierno, en la policía, todos militando en silencio esperando para dar un golpe y hacer estallar lo que llaman una “guerra racial” contra miembros de las Panteras Negras, por ejemplo. Pero esto es algo que el cine ya nos había mostrado por allá en los noventas, cómo las instituciones y la sociedad estaban permeadas por grupos racistas que ejercían un control sobre la ley de una manera que para muchos resultaba más que normal, hablo de la película A time to kill (1996), protagonizada por Samuel L. Jackson, Sandra Bullock y Matthew McConaughey.

Sin embargo, la apuesta de Lee no repite la fórmula de películas de ese estilo. En este caso la historia del agente infiltrado Stallworth dio pie para mostrar una faceta desconocida de los miembros y líderes de grupos como el Ku Klux Klan, dio pie para mostrar que desde siempre ha habido algo roto, algo flojo, insostenible, una falencia idiota en los argumentos e ideas que defiende el supremacismo blanco gringo, idioteces como el hecho de hacer una manifestación abiertamente racista con antorchas de la cultura Tiki, cultura que nace en las islas de la Polinesia. La apuesta de Lee fue mostrar las falencias de las ideas de estos grupos de la forma más irónica pero a la vez incontrovertible. Porque el hecho de que un agente negro haya sido capaz de infiltrarse en el grupo racista más reconocido del mundo (el verdadero Ron Stallworth todavía conserva como trofeo en su billetera el carné que lo acredita como miembro), esa absurda maravilla no es todo, esa no es toda la burla, porque este agente, en sus llamadas telefónicas con miembros del Klan, llegó a construir tal nivel de confianza que sostuvo conversaciones con David Duke, la cabeza política, sofisticada y más visible durante décadas del supremacismo blanco en EE.UU.; la burla está en que el mismo Duke le aseguró a Stallworth que no había manera de que confundiera a un hombre negro con uno blanco hablando por teléfono pues la forma en que pronuncian las “r” los delata. Vaya idiota, es lo que todos pensamos, y es justamente lo que Spike Lee nos quiere mostrar, es lo que todos debemos entender: el racismo es, además de todo, una idiotez.


Ahora, tampoco debemos engañarnos porque lamentablemente el poder no es inmune a la idiotez, la historia bien nos lo ha demostrado, y hoy la torta del poder en el mundo se la están llevando mayoritariamente quienes creen, bien sea abierta o solapadamente, en principios que van en contra de la pluralidad cultural, racial y de pensamiento, y eso nos debe alertar a todos. Trump es el signo del triunfo de esas posturas en uno de los países más poderosos del mundo, poder que se ha ganado justamente coartando las libertades de otros pueblos a lo largo de la historia. Este auge de la idiotez, de la ceguera selectiva frente las realidades del mundo, debe ser enfrentado como lo que es, un capricho mezquino de hombres y mujeres llenos de privilegios heredados y que están obsesionados por imponer una sola manera de vivir y de pensar. Eso no los hace menos malos pero hace falta cuestionarse cuáles son las medidas más efectivas para erradicar tanta insensatez. Educar en la tolerancia es la respuesta más obvia, cómo hacerlo es lo que aún resulta difícil de responder.

Debo confesar que desde un primer momento mis expectativas con esta película fueron muy grandes y que al verla no pareció ajustarse a lo que esperaba. Pero ese es un logro de Lee en su apuesta tan alta, porque se trata de un tema que lo toca directamente a él y a su comunidad, y hay un discurso que quiere poner sobre la mesa: que esta realidad no es nueva, pero que EE.UU. tiene un presidente que no solo no se atreve a condenar públicamente a los supremacistas blancos y al Ku Klux Klan sino que es quien los alienta. Spike Lee hace un esfuerzo enorme por plagar la película de elementos históricos que nos permitan tejer ese hilo de la infamia: la construcción del discurso del supremacismo racial a través de material audiovisual que aleccionaba a los ciudadanos para que se apropiaran de su discurso; la referencia a la película Birth of a Nation (1915), un drama mudo que representaba la era de la reconstrucción después de la guerra civil, pero que además mostraba a los negros como seres inferiores, violentos y violadores, y donde el Ku Klux Klan es retratado como un movimiento heroico; las imágenes de linchamientos y de hombres negros colgados en árboles, escena común en las ciudades del sur de EE.UU. durante décadas en la primera mitad del siglo XX; pero el momento más poderoso es cuando aparece Harry Belafonte, el músico y activista de derechos civiles, interpretándose a sí mismo, narrando la escena de un linchamiento que tuvo que presenciar en su juventud; todos y cada uno de esos momentos entregados a cuenta gotas a lo largo del filme se dirigen a un único momento: el presente, las escenas de Charlottesville en agosto del 2017. Esa manifestación se llamó “Unite the right”, allí mismo estuvo David Duke, el burlado por Ron Stallworth, liderando todo el “evento”, lanzando declaraciones en las que alentaba a recuperar el país y ratificando que buscaban hacer realidad el discurso del presidente Trump. El sábado 12 de agosto se produjo la escena más macabra: en una calle estrecha del centro de la ciudad un carro deportivo gris, con vidrios oscuros, arrolló a la multitud. Allí murió Heather Heyer, a quien está especialmente dedicada la película.

Por todo esto BlacKkKlansman es un gran documento histórico que nos exhorta a que veamos los movimientos supremacistas, el Ku Klux Klan, los grupos de ultraderecha, los fascistas y todo lo que se les parezca, como una realidad pero una realidad que está del lado idiota de la historia y que no merece otra cosa que la unión de todos quienes los rechazamos para que desaparezcan de una vez por todas, de lo contrario veremos cumplirse la paradoja de la tolerancia de Karl Popper, que dicta: “Si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia.”

Fotografías: John David Washington y Laura Harrier, Vox Culture.
Spike Lee y John David Washington, The Wall Street Journal.
Ron Stallworth, El Paso Inc.
Ron StallWorth's KKK Membership Card, ABC News.

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